jueves, 13 de octubre de 2011

Deja tus sueños en la puerta antes de entrar

Es increíble como puede llegar a calar en nuestra psiquis el sonido de nuestra alarma que ponemos para poder levantarnos todos los días para ir a trabajar. La mía suena con el rencor del sonido tan metálico de los teléfonos móviles. Aun no ha salido el sol, pero tengo que estar bien despierto para hacer un reporte que tiene que estar listo antes de que se despierten los que lo leen. Al terminar, salgo de mi cuarto para encontrar en la sala mi uniforme del trabajo con un planchado lamentable, lo plancharía yo mismo, pero mi trabajo, y en especial el uniforme, me despierta el mismo interés que los tomates que se pudren lentamente en mi refrigeradora.

Nunca entendí porque las personas nos tenemos que bañar todos los días, es tan incomodo, tan poco natural para mí. Un par de baños por semana bastaría. Pero me han hecho creer que no tomar una ducha es algo que atenta contra la natura del homo sapiens. Aun sabiendo lo tanto que odio el baño me meto a la ducha y trato de hacerlo lo mas eficiente posible. Entro al cuarto y enciendo mi televisor. Para entonces imagino a las personas que leen el reporte que acabo de mandar por correo, sentadas en su inodoro. Lo verán menos de un minuto (es lo que me tomaría a mi leerlo) y lo ponen a un lado. Y en menos de un minuto se termino casi una hora de trabajo aun cuando no sale el sol.

Pongo el mismo canal de todas las mañanas: Euronews. Hacerme consiente que existe un mundo fuera del mío, donde también ocurren cosas, donde también hay personas ajenas a mi realidad asimismo como yo soy ajeno a sus realidades, es una terapia que ocupo desde hace mucho tiempo. Me hace sentirme parte de un engranaje, de una gran comunidad global… o tal vez simplemente hace que mis asuntos se vuelvan ajenos, solitarios, insignificantes, de la misma manera que los asuntos de esas personas se vuelven para mí.

Me lavo los dientes. No sé porque siempre tengo el reflejo del vómito cuando me lavo la lengua y el cielo de la boca. Había escuchado que las personas que padecen de anorexia llegan a perder ese reflejo después de tanto tiempo de auto-provocárselo. Aunque yo no parezca de anorexia, pienso que el reflejo ya debió de haberse ido después que más de 20 años consientes de tenerlo cada vez que me lavo la lengua… pienso en ello cada mañana mientras veo mis ojos rojos en el espejo de mi baño.

Salgo corriendo del baño, me pongo mi identificación para poder entrar al edificio donde trabajo. Me pongo en el carro y escucho la primera estación de radio que está. No le pongo mente. No sé lo que dicen. Paso por los mismos reductores de velocidad todas las mañanas. Los odio, hacen que salte en mi asiento. ¡Y ahí está! Mi primer fastidio del día. Llego al edificio y veo los periódicos que esperan a ser recogidos por sus subscritores. Leo la primera plana. Llego al ascensor. Hay personas que corren cuando ven que las puertas están a punto de cerrarse. Yo no. Deseo que se cierren, así podré disfrutar del televisor de la lobby que son mas noticias… esta vez noticias financieras. Veo a quien le tocó abrir la sesión en el mercado de valores en Nueva York.

Llego a mi puesto de trabajo. Abro el correo del trabajo rezando que nadie se haya quejado del reporte que mandé ya hace un par de horas atrás. Generalmente no lo hacen. Pienso que tal vez debería un día mandarlo mal para confirmar mi teoría que nadie lo lee. Abro la versión web de mi periódico nacional favorito. Leo los encabezados y empiezo a trabajar en proyectos especiales y en los mismas tareas que tengo que hacer todos los días. Por cuenta si no se hacen el espacio tiempo se desgarra y la vida como la conocemos dejaría de existir. Escuché que esos “daily tasks” (como le llaman) es lo que mantiene la vida en la tierra.

No sé cuando llueve. Mi oficina no tiene ventanas. Es toda de vidrio, así evita que las personas que estamos ahí nos volvamos locos, pero no puedo ver si hace un buen día o no. Alguien me dijo que hay una aplicación en el teléfono que emite el sonido de lluvia cuando en tu área esta lloviendo. Me imagino diciendo a alguien “¡que aplicación más estúpida! ¿Para que quiero una aplicación que haga sonido de lluvia cuando llueve?” creo que yo hubiera sido uno de esas personas que dijera eso. No saben que hacemos topos de oficinas, trabajando en oficinas frías y silenciosas… tan silenciosas que no escuchamos la lluvia cuando cae.

Cuando salgo del trabajo ya no hay sol. Puedo ver las luces de mi ciudad encendidas. Managua es una ciudad emparchada. Es la ciudad más grande de Centroamérica. ¡Y valla que no lo dudo! Con espacios de kilómetros literalmente vacías, seguidas por kilómetros de asentamientos que raspa la inhumanidad, y luego ocasionales metros de desarrollo urbanístico bien planificado. No tomo el ascensor para bajar. Uno de ellos se ha averiado en varias ocasiones con personas adentro. Y aunque cuando me preguntan porque bajo los 7 pisos por las escaleras le respondo que es para prevenir que no me quede encerrado en un ascensor averiado, la deprimente verdad es porque simplemente me relaja hacerlo. Ver mi supurante ciudad, con sus cicatrices ya curadas, otras aun viscosas, ver el trafico, ver como las personas buscan sus casas a esa hora. Pensar en el día que acabo de perder, en los pesos que me acabo de ganar, e imaginarme mi sueño loco. Verme a mi mismo aunque sea en mi mente en la playa, escapar de mi uniforme, del encierro de vidrio que aguanté por 9 horas. Por eso justamente bajo por las escaleras. Quedarme en el ascensor encerrado sería solamente la cereza del tope de mi día maravilloso.

Busco que cenar. La comida que de seguro ha preparado la asistenta de mi casa está incomible. Y aunque como buen Nicaragüense me encanta el gallo pinto, tampoco me gusta comerlo todos los días, especialmente después que mi metabolismo ha cambiado y esas calorías extras empiezan a notarse y ya no me permito comerlo con crema acida. Para entonces me debatiré entre mis comidas generales: sushi, alitas picantes, pizza, subway o hamburguesas. Cenó y busco como irme a mi casa. Después de todo, tengo trabajo que hacer. Si no se hace, los dinosaurios mitad gallina puede que gobiernen al mundo.

Siempre me gusto escribir. Escribía siempre que podía desde adolescente. Estaba seguro que tenía un talento para hacerlo. Los Nicaragüenses estamos creídos que tenemos un Rubén Darío dentro de nosotros. Sé que tengo un alma de artista. Un alma sensible, fácilmente acarreada por la melancolía de días mejores, fácilmente seducida por la depresión. Alguna vez alguien me dijo que los artistas ven la vida y sus experiencias de una manera diferente a como la ve el resto de personas, son amplificadas, se ramifican en miles de conexiones. Frente al edificio de mi trabajo está la vieja escuela donde solía ir de primaria y secundaria. También la veo cuando bajo por las escaleras. Y también me puedo ver en los lugares que alcanzo a ver desde el edificio. Yo solía estar ahí, ahí esperaba a mi papá que me llagara a traer. Era tan fácil todo. En aquellos entonces tenía un blog (no se le llamaba blog en 1999) al cual había titulado “Yo quiero ser el más popular” y contaba las fiestas, las amistades, pláticas, experiencias de mi vida de pre-adolescente en colegio privado en Managua. La vida era mucho más sencilla entonces.

Mi vida era pensar en la fiesta del fin de semana, y durante la semana hablar de lo que pasó en la fiesta. Cuando un cigarro o una cerveza era tan clandestino como la clonación humana. Donde yo era cómplice de mi mismo. No sé que se hizo esa complicidad conmigo mismo. ¿En que punto del camino me traicioné? No voy a decir que me he convertido en todo lo que una vez juré no convertirme porque sería mentir. Me he convertido en lo que pensé que me convertiría, en lo que quería ser… lo que no sabía entonces era que tan feo era el camino que estaba eligiendo para mi mismo. ¿Pero que más iba a ser? ¿Misionero en Albania? ¿Mochilero en Portugal? ¿Desentierra minas en Bosnia? Tal vez era lo que quería hacer, pero de la misma manera que nos enseñan a bañarnos todos los días cuando ciertamente no es necesario, nos enseñan un camino a la felicidad que no es necesario seguir. No se si sería más feliz con un bar frente a la playa sirviendo cervezas heladas a mis clientes ocasionales y tomando una de vez en cuando. ¡Pero soy un adulto! Y mi manifiesto es “No voy a dejar que la aplicación del sonido de la lluvia sea quien me diga el clima en mi sencilla ciudad, no voy a dejar que lo que hago defina quien es quien soy, no voy a dejar que en mi trabajo me paguen por dejarles mi vida, por dejarles mi juventud”