miércoles, 25 de septiembre de 2013

La Marca de la Bestia

Tu caminar. Tu mirar. Tus ojos sínicos, lleno de mentiras y vidas falsas que creaste. Ese ser indeleble, impactante, ese alter ego que creaste, el que se movía con gracia por el espacio en el que pasaba, florecían las rosas, el sol brillaba, y la luna resplandecía con tan solo lanzar al aire esa risotada con tus dientes que parecían en aquellos entonces perfecto. El pelo con gracioso movimiento, inmaculado, pulcro, puesto tal cual cincelado del más fino mármol de la más fina cantera , los movimientos lánguidos, como arrastrados en el tiempo.

¿Recordás aquel oscuro lugar donde corríamos a nuestras anchas? Vos sin duda con más gracia que yo. Aquel lugar donde salíamos a escondernos de quien sabe que de la ciudad. Ese oscuro lugar, lleno de humo, con círculos como infierno de Dante. Lo que tocabas era oro. Ese era el lugar perfecto para caminar como caminabas, para ver como veías, para hacerte la vida o las vidas que quisieras. Parecías invencible. Yo me había acostumbrado a tener que vivir viéndote victorioso de cada una de tus batallas. Ver tu brillante armadura. Tal vez no era el único que dejaste maleado de cegua.  

Pero era eso lo que te hacía brillar. Lo que ofrecías. Una personalidad diferente a cada uno. Habíamos quienes veíamos tu rastro de destrucción, de más humo, de más promiscuidad, de encuentros en la esquina, de tu desesperación de atención, de tu inmundicia humana, de todos tus errores, de todas tus mentiras, de todos los que pretendiste ser sin siquiera intentar serlo.


"...Y hacía que á todos, á los pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos, se pusiese una marca en su mano derecha, ó en sus frentes”. Solía decir que tenías la palabra puta en la frente. Cual marca. Pero poco importaba cuando tus movimientos graciosos engañaban a más de los que desengañabas. Y tuviste justo lo que te merecías. Tu reinado parecía interminable… pero terminó el día que recibiste tu marca bien habida y recibida. Cada hendidura, cada centímetro relata tu historia de puta. De cama en cama, de boca en boca, casándote virginal. ¿Cuántas veces fingiste tu dolor? Solo mentiras. Vete al espejo y lee lo que yo leo en tu frente. Puta.  

domingo, 28 de abril de 2013

Las Letras Pequeñas del "Feliz por Siempre"


Una vez leí que las historias eternas de amor son las más cortas. Como nunca me había tocado una historia épica de amor, pues básicamente nunca lo pude entender. Pero es que tiene sentido. Romeo y Julieta nunca habían pasado una noche juntos, Rose y Jack no habían pasado ni una semana juntos cuanto encontraron su muerte. Ellos simplemente nunca sintieron el aliento matutino, los rituales de limpieza, el cigarro en la cama, ni una sola pelea.

¿Cuánto tiempo hubiera aguantado Rose antes de ver que no podía comer los dibujos de Jack? ¿Cuánto tiempo hubiera aguantado Julieta antes de cansarse los comentarios negativos de Romeo hacia su suegra? ¿Cuánto tiempo he aguantado yo antes de cansarme de ver todas mis pertenencias aun en una maleta? Rápidamente la perfección de aquellos días helados de otoño comienzan a desvanecerse. El cuidado perfecto, el peinado perfecto, el perfume perfectamente elegido, la ropa perfectamente combinada, las promesas de luna, de las estrellas, de lo imposible, del amor que lo puede y lo alcanza todo. Solo el amor bastaba, para construir una vida perfecta, feliz. ¿Cuánto tiempo pensaba que duraría?

Hay mucho menos parejas felices ahora que antes, y siempre he pensado que le tecnología impone una presión tremenda sobre las parejas. El teléfono, los juegos, las redes sociales, la computadora, ahora son motivos de rupturas. Resulta cómico como pequeñas cosas hacen que el humano moderno pierda la cordura, el norte de lo correcto. Una de esas es cuando la computadora no funciona como debe de funcionar. Ese estrés generado de esta simpleza es brutal. Uno quiere tirarla al piso, romper todo lo que está al alcance de uno. El problema está cuando tienes un pequeño apartamento europeo donde apenas alcanzas tu mismo y donde estás compartiendo con tu nueva pareja el cual el universo te ha regalado en un arrebato cósmico de bondad. Resulta que al final también lo quieres destruir a él.

Después de horas de batallar con nuestra nueva conexión de internet y mi computadora haber decido adoptar el carácter de una mula, me dijo que lo intentara hacer él mismo. Tomó una bolsa de frituras y sin sentarse al escritorio comenzó a tocar de aquí para allá. Las frituras sonaban como una tortura al desquebrajarse, sus dedos llenos de residuos tocaban mi teclado. Lo admito. No soy amante de la limpieza, nunca he limpiado mi computadora, y tiene una película de polvo fácilmente visible. Pero ver su cuerpo sin sentar, bailando al son de una canción indescifrable que tarareaba con su boca mientras devoraba aquellas frituras a puñados, tocando al alzar las opciones que yo mismo conscientemente había intentado antes me dio no solamente ganas de salir corriendo por la puerta, sino aquella nostalgia inmensa de escribirle a mi amigo proponiéndole un café en la Casa del Café, una película en Galerías, o una cerveza de Hippos. Aquellas tardes calurosas y húmedas de Managua, solamente aliviadas por el aire acondicionado de mi carro y la cerveza bien helada del bar. Entre pláticas sin sentido, sin propósito, solo el de reírse y pasar el tiempo. Por primera vez sentí a Managua inalcanzable, como un paraíso tropical hundido en el tiempo. El romanticismo de vivir en un edificio posiblemente anterior a la segunda guerra mundial, con una terraza en el techo con una vista de más edificios anteriores a la segunda guerra mundial, y un millardo de campanarios, donde cuando entro parece que entro a una catacumba de cristianos, ya no parecía tan romántico como cuando me lo imaginaba en las noches frías de otoño.

Y es que cuando vez la sonrisa de tu romeo cuando aun es romeo no te la imaginas siendo sarcástica. Cuando le escuchas que te gritaba en una discoteca para que pueda ser oído no te lo imaginas gritando en una habitación en silencio. Cuando lo ves peleando con su ex pareja por teléfono, no te  imaginas que esas palabras también puedan llevar tu nombre. Pero algunas veces eso no es lo más triste, algunas veces lo más triste es que esa persona también piensa lo mismo de uno. Por primera vez ves esos ojos de extraño, por primera vez te quedan viendo como que no te reconocen, como si de verdad te hubieran logrado conocer en un par de semanas. Como si de verdad hubieras creído en esa mentira que tus labios pronunciaban donde decías que sientes que lo conoces desde siempre. Como si nunca te hubieran creído capaz de desesperarte, como si nunca hubieras sido capaz de empezar un argumento con él, como si nunca hubieras sido capaz de ser humano, como si no corrían sangre en tus venas… peor aun… como si no corría sangre hispana en tus venas, más espesa, más caliente.

La vida es plácida en las historias de amor. Los minutos se te escapan de las manos. Los ambientes son mágicos, las cosas adquieren un color perfecto, las aves vuelan con gracia, y todo cae en un lugar perfectamente cósmico. Luego el sentimiento de estar con esa persona eternamente te invade. Ves a los árboles invitándote a una historia de amor, ves las casualidades como señales divinas, ves a la ciudad como una celestina enorme que te esconde en sus esquinas, entre sus cafés, entre sus recovecos históricos te acoge como suya. Peleas, le hundes las uñas al destino. Pareces gato defendiendo lo tuyo. Lo que crees que es tuyo. Lo que el destino y el universo en un arrebato perfecto de bondad te ha dado. Algunas veces conseguir lo que siempre has soñado se vuelve tu cruz.

viernes, 8 de marzo de 2013

Pasado


Quienes me conocen saben que para mí entrar a una librería es casi lo mismo como entrar al cielo. Ver los libros uno a la par de otros. Pensar en todas las cosas que puedo aprender. Su espíritu. Las experiencias ajenas que aun no he vivido o no puedo vivir, me seducen cual sirenas a marineros. Desgraciadamente, viniendo de un país en vías de desarrollo (y aunque contamos con escritores que influencian altamente la literatura latinoamericana) hay muy pocas librerías en mi bella Managua.

Yo creo que los libros tienen la inmensa habilidad de llamar al nombre de las personas. Yo he encontrado verdaderos tesoros, caminando y de repente, siento el susurro del aire, su suave coqueteo intelectual, su aire de aristocracia, su esencia de experiencia humana, sus sutiles consejos entre líneas, el olor a libro. Volteo la mirada y veo el título del libro atiborrado en el anaquel. Ese tipo de amor a primera vista es más refrescante que todas las cervezas de Nicaragua puestas juntas frente a mí en un día del típico calor ecuatorial de Managua. Es casi comprable a un orgasmo. Un orgasmo intelectual.

Una vez paseándome por una librería en mi bella Managua vi un libro que llamó mi nombre. De esa manera encontré mi más grande secreto. “Approval Addiction”. Nunca me ha gustado empacar para mis viajes (para mí las cosas tienen almas, y se recienten si no las llevas de viaje) y este libro es una de las primeras cosas que empaco. De hecho, siempre lo llevo a mano. Nunca me he considerado como un buen escritor (de hecho pienso que escribo porque soy nicaragüense y todos dicen que todos los nicaragüenses no nos gusta estar sobrios y nos gusta escribir) ni muchos menos soy un literato. Pero soy muy exclusivo con los autores que leo.

Me acerqué al anaquel. Tomé el libro en mis manos. Con tan solo sentir su cubierta entre mis dedos me hacía prepararme para aquel amor a primera vista que había sentido tantas veces por mis libros favoritos. Mi corazón se aceleraba, mis pupilas se dilataban. De repente mi mundo se detuvo bruscamente. Joyce Meyer. Mis dedos me ardían, mi estomago se revolvía, mi garganta se secó. Sin pensarlo dos veces lo devolví a su lugar. Nunca compraría un libro de Joyce Meyer. Sería como poner un cigarro en mi boca. Sería traicionarme a mí mismo y todos mis estándares de vida. Nunca.

Mi bella cuidad no tiene muchas librerías y a los pocos días regresé al mismo lugar en busca de nuevos tesoros. Evitaba pasar por el anaquel de libros en inglés. No quería recordar ese desagradable episodio. Luego de recorrer todos los anaqueles y leer los mismos títulos volví al mismo lugar. Ahí estaba. Viéndome. Llamándome. Seduciéndome con lo que creía que era su verdad errónea. Sus pensamientos mal fundamentados. Su sonrisa burlona. Su ataque a mis creencias. Sus páginas de errores tras errores. Lo tomé una vez más.

Solo leer “Joyce Meyer” me daba ganas de salir corriendo. Contra todo pronóstico le di vuelta al libro. “a ver que tiene que decir esta mujer, a ver cuántos errores encuentro solo en la parte de atrás de su libro” recuerdo haber pensado. Ninguno. Me sedujo más de lo que estaba dispuesto a pensar. Lo volví a colocar. “Solo fue suerte” pensé.

Regresé a casa. La señora de la limpieza llegaba ese día y ya había limpiado mi cuarto. Ella tiene la costumbre de encender el televisor de cada uno de los cuartos cuando los limpia y poner su canal favorito. Encendí el televisor. Ahí estaba. Su sonrisa burlona, su pelo corto, su traje sobrio, su voz andrógina. Joyce Meyer. Lo apagué. Me cambié de ropa y salí de mi cuarto. Le dije a la señora que mientras limpiara mi cuarto que no volviera a poner ese canal.

Stephen Hopkins dice que a él le sorprende que las personas que creen en el destino y que todo está escrito de todas formas ve a ambos lado de la calle antes de cruzar. Yo veo a ambos lados de la calle… y creo en el destino. Una semana después mientras estaba en mi cuarto cambiándome de ropa encendí el televisor. Una vez más esa voz. Joyce Meyer.

Contra todo pronóstico lo dejé. “Al primer error lo quito” recuerdo haber dicho. Terminé de cambiarme de ropa. Quedé viendo al televisor y me senté al borde de mi cama. Ni un solo error. Todo lo que decía estaba en el lugar que debía de estar. Anti natura. Fui donde mi amiga que había preparado pasta y yo llevaría el vino. Le comenté sobre el libro. Se sorprendió que estuviera considerando comprar un libro de Joyce Mayer. “¿Quién te dijo que estoy considerando comprar eso? ¿Crees que estoy así de loco?” recuerdo haberle dicho.

En sumo secreto recuerdo haber buscado reseñas del libro en internet. Recuerdo haber ido a la misma librería un par de veces más y ver el libro ahí mismo. Odiaba su sonrisa. Podía verla decirme “cómprame”. Una vez hace muchos años yo solía salir con un poeta quien me dijo que a los artistas les gusta vivir experiencias comunes en una dimensión diferente, en una dimensión más cerca a lo mágico. Entonces entendí porque yo era así. Llamé a un amigo que es fan de los libros y le dije que necesitaba un favor. Sin decirle de que se trataba lo llevé a la librería. Le enseñé el libro. Leyó lo contraportada. “No creo que estés considerando este libro” me dijo. Añadió que el libro sonaba bien, pero que no intentara tomarlo a pecho.

A las pocas semanas después Isabel Allende lanzaba su nuevo libro. Y aunque no soy gran admirador de Isabel Allende pensé que era un libro que debía de comprar. Llegué a la misma librería. Ahí estaba. “El cuaderno de Maya” de Isabel Allende. Respiré tranquilo. No puedo decir que de repente recordé a Joyce Meyer porque siempre estuvo en mi mente. Fui a su anaquel. Y ahí estaba. Su misma sonrisa. “Aproval Addiction, Overcoming your need to please everyone”. Solo puedo decir que “El cuaderno de Maya” lo terminé comprando un año después en Roma.

No fue amor a primera vista. Fue un mes de coqueteos subliminales, pero fue amor al final. Algunas veces ese tipo de amores son los mejores. “Al primer error lo dejo de leer” pensé. Lo terminé de leer en menos de dos semanas. No voy a decir que es un amor a Joyce Meyer. De hecho no pienso volver a comprar ni un solo libro de ella nunca más. Solo hay tres libros en mi historia que me han influenciado al punto de tratar de vivir en base a ellos. Este es uno de ellos.

Una de las principales premisas del libro es que todos los errores (o por lo menos la mayoría) que cometemos en nuestro presente es porque culpamos a nuestro pasado. “Yo soy así porque en mi pasado me pasó esto”. Y la única manera de vivir una vida plena, libre y realizada es dejar el pasado en el pasado. Sentí una bofetada. Porque mi primer libro básicamente sustenta la premisa que “soy lo que soy porque en mi pasado fui esto y he aprendido de mi pasado”. Joyce quería que dejara todas mis experiencias en el pasado y volviera a empezar desde cero. Como si nada hubiera pasado.

Algunas lecciones de la vida son tan difíciles de superar. Algunas veces nos cuenta mucho. A veces tenemos que irnos lejos del dolor. A veces tenemos que empezar una manera diferente de vida. Eso fue lo que me impulsó en un viaje de redescubrimiento. ¿Qué tan sano es olvidar todo lo que has aprendido en el pasado por querer empezar una vida fresca? ¿Qué tan sano es olvidar las señales que viste antes y no tomarlas en cuenta ahora? ¿Hasta que punto un humano puede olvidar sus traumas? Y es que algunas veces cuando leemos estas cosas estamos de acuerdo completamente hasta que nos vemos cara a cara con la oportunidad de ponerlas en práctica y es entonces que nuestras rodillas se debilitan, nuestra voz se nos quiebra, y la razón trata de tomar el control. Pero no puedo dejar de preguntarme ¿Hasta que punto es la razón?

viernes, 22 de febrero de 2013

El Ataque del Trauma Asesino.

Una vez miraba en televisión un documental sobre las fobias. Trataban a un paciente que le tenía miedo a las alturas con una simulación virtual. Luego el psicólogo dijo que cuando un temor está muy arraigado al punto de ser una fobia el paciente nunca va a curarse al cien por ciento, pero el tratamiento le ayudaría a vivir una vida normal. Me impactó. Por mucho que busquemos ayuda, por mucho que queramos ser una persona diferente… nunca vamos a vivir sin nuestras fobias. Simplemente aprenderemos a ocultarla, y a que tal vez no controle nuestras vidas nuevamente. Yo pensé que la cura a la solofobia ya la había encontrado.

Mi amiga María tiene una fobia muy grande. He sido amigo de ella desde hace un tiempo y la conozco muy bien. Así que puedo hablar por ella. El sueño de María era vivir una historia de amor. Soñaba despierta todos los días en la escuela (tal vez por eso de sus malas calificaciones) sobre el amor perfecto. Se imaginaba a su novio perfecto, y no quería nada más que una verdadera historia de amor. Recuerdo haberle dicho una vez que tal vez estuviera enamorada del amor solamente.

Luego tuvo su primer novio. Ella estaba muy contenta. Recuerdo haber salido mucho con ella en ese tiempo. Se le veía feliz, como nunca. Pero su novio la dejó sin razón aparente luego de tres semanas. Luego se volvió a enamorar para que ahora éste la dejara por otra mujer… en tres semanas. Muy pronto María comenzó a creer que las historias de amor tal vez no son reales… y si lo fuesen entonces sería solamente para algunas personas. Pero lo que no sabía María que pronto sería más feliz que nunca. Conoció a su tercer novio. Una relación muy larga. 10 años duró con el muchacho. La pobre María tuvo que vender hasta su alma para poder mantener viva una relación que debía haber durado (aunque ella aun no lo acepte) 3 meses. Resistió de todo mi pobre amiga, pero se le veía feliz. Como una vez le dijo otra amiga a María “Ese hombre es tu más alto y tu más bajo”.

Pero aunque María quería ser feliz, sabía que para serlo tenía que dejar pasar miles de infidelidades del hombre que al día siguiente le juraba hasta con los dedos del pie que para él ella era la única mujer que sus brazos querían. Yo siempre he pensado que ese hombre no debió de haber abrazado a ninguna de las mujeres con quien se acostaba. “Bueno… un sueño lo vale todo” era la filosofía de mi pobre amiga. Ella salía de noche con su novio mientras toda la ciudad sabía todas las infidelidades. Porque también resulta ser que el hombre nunca gastó una caloría tratando de ocultar sus aventuras.

Uno de los tantos días que tuvo durante 10 años junto a ese hombre, mi amiga pensó mejor las cosas y decidió que no hay que tener miedo a morir solo, sino miedo a morir con alguien que te hace sentir solo. Logró quebrar las cadenas de esa relación. Luego pensó: ¿ahora que soy libre de esta relación que es lo que debo de hacer primero? Y obviamente la respuesta era ir a terapia. Mi amiga dejó su buen dinero en psicólogos que le diagnosticaron una adicción. Adicción a la aprobación de la gente. Según ellos esa fue la razón de una relación tan larga con algo que no vale le pena. María se dio cuenta que había mal gastado su dinero porque ella sabía justamente antes que la razón porque no terminaba su relación era para que las personas la admiraran por mantener una relación por tanto tiempo. Pobre mi amiga.

Luego mi amiga pensó que lo mejor era mudarse de ciudad. Cambiar de aires. Ir a un lugar donde se aprecie la nueva María que ella se sentía. No tardó ni dos meses cuando María encuentra el amor. El problema es que María ahora le tiene fobia al amor. No puede confiar en nadie. Aun sabiendo esto María le da una oportunidad a la relación y descubre que es el amor de su vida. El príncipe azul que ella siempre soñó. El nuevo muchacho siempre le habló a María sobre la importancia de una relación estable y de la fidelidad. Creo que María no necesitaba escuchar más. Y resulta que tomó una buena decisión porque María nunca fue más feliz en su vida. Era capaz de confiar. Era capaz de cerrar el libro de su pasado. Claro que su nuevo novio vale mucho la pena. Es muy cariñoso con ella.

Un día estaba en mi casa cuando sonó mi teléfono. Contesté y era María. Tenía la voz seca. Me dijo que estaba frente al espejo peinándose y pensando lo feliz que era y lo tan afortunada que era al encontrar lo que parecía ser el último hombre bueno en el planeta. Cuando de repente… ahí estaba. Ese pensamiento fugaz que cruza a la velocidad de la luz la mente perfectamente en sincronía con el canal “Felicidad”. “¿Y si me esta mintiendo?”. “Cuando se trata de hombres perfectos… no puedo dejar de preguntarme ¿Qué tan cierto es lo que me están diciendo?” me dijo María por teléfono como si su mundo hubiera llegado al fin.

María ha recibido el mismo consejo de todos sus amigos. Que por fin esta viviendo su sueño no se lo está dejando vivir por su fobia de que todos sus novios la dejan por serle infiel. Pero ¿Quién puede culparla? Si al paciente con fobia a las alturas nunca se le iba a desaparecer su fobia ¿Porque María no puede aprender a vivir con la suya? Un día de seguro el paciente con fobias a las alturas podrá viajar en avión, se volverá backpacker y recorrerá el mundo. Se enamorará en Roma y cuando visite el apartamento de su novia para conocer a la familia ésta viva en un 5to piso y la familia acostumbre a fumar en el balcón. Cuando el paciente sale al balcón (aun sin acordarse de su fobia) y ve la calle abajo. Comienza a ver que el balcón se hace más pequeño, comienza a sudar, trata que nadie lo toque y comienza a pegarse a la pared y en lo que menos piensa comienza a gritar. Ha causado muy buena impresión a su nueva familia Italiana. Un día su fobia atacará de nuevo. Un día todas nuestros miedos vendrán a aguarnos la fiesta. María acaba de descubrir eso.

jueves, 7 de febrero de 2013

El Sacrificio Máximo


Por alguna extraña razón toda la vida me ha llamado la atención las grandes historias de amor. Romeo y Julieta, Cumbres Borrascosas, Arráncame la Vida, Anna Karenina, o Breve Historia de un Amor Eterno. Me encanta la conexión tan íntima que hay entre la locura y el amor hasta el punto de confundirse con la locura. Amó tanto Juana de Castilla a su esposo Felipe el Hermoso que por toda la eternidad la conoceremos como “Juana la Loca”. Triste.

Todas estas historias de amor tienen un común denominador en donde la persona se desapega de sí mismo y vive en una especie de trance cósmico. Deja de pensar en uno mismo para solo pensar en el bienestar de la otra persona. Deja atrás años de arduo trabajo, de esfuerzos, familias, amigos y van tras la búsqueda del ser amado como una polilla es llamada a la luz. Se enfrentan a sociedades, familias, pestes, guerras, muerte, y todo obstáculo imaginables.

Tenemos años (si no décadas) de no escuchar una historia de amor épica. Y es que los sacrificios de esta sociedad moderna no son los mismos que los sacrificios que nuestros personajes de grandes historias de amor tuvieron que hacer en su sociedad. Voltaire hizo que Candide atravesara el atlántico durante tempestades, guerras indígenas y terremotos para poder vivir su historia de amor con Cunégonde y hoy solo basta con 13 horas de vuelo para cruzarlo y los únicos obstáculos son visas, equipajes perdidos y aeropuertos atestados. Pero aunque cruzar el Atlántico ya no sea una gran proeza no significa que no sea por una historia de amor.

Pero no son los sacrificios los que más me ha llamado la atención de las grandes historias de amor sino el cambio radical que la persona vive. Pasamos nuestras vidas construyendo quienes somos, ocultando nuestros miedos, superando nuestros traumas, viviendo solos en una burbuja, construyendo nuestras paredes, poniendo verjas en nuestras ventanas, asegurando nuestras almas para que en el juego que llamamos amor no salgamos mal parados. Pero un día caminas por la calle y una sonrisa lo cambia todo. Caminas ahora acompañado por cientos más de calles, probando nuevos sabores, escuchando como tu nuevo acompañante caminante ha construido sus paredes. Y de repente todo cambia dentro de vos. Abres las puertas, quitas las verjas, derribas tus paredes y piensas que nada puede salir mal, y si algo sale mal solo un segundo de aquella bella sensación valdría la pena el sacrificio.

Todos tenemos cosas en nuestras vidas que no nos gusta hablar. Todos tenemos rastros de nuestra personalidad que guardamos en una gaveta que solo nosotros queremos ver. Y sabes que ha llegado el momento de enamorarte cuando compartes esa gaveta secreta. Te dejas ver. Y es en ese preciso momento que has entrado en proceso de evolución. Que ya nunca serás el mismo. Y es que no hay cambio más importante que el que haces por otra persona y no por ti mismo. Ya no sos uno. Tu alma se refleja en los ojos de la otra persona. Ya no piensas en solo en vos. Y es que no se trata de flores, de chocolates, de tarjetas, ni de cenas románticas, simplemente se trata del mayor sacrificio que uno pueda dar… uno mismo. La autoinmolación. Y es que todo el resto no es nada cuando uno esta dispuesto a darse a sí mismo. El dinero es simplemente un pedazo de papel.

lunes, 14 de enero de 2013

Epílogo


Solo pensar en ver a Estefanía nuevamente después de tantos años le provocaba a Álvaro una sensación extraña en el estomago. Veía a su conductor manejar a su madre a la par tan plácida. Como si nada extraño estuviera pasando. Que Estefanía hiciera una reunión familiar para navidad e invitara a todos ya era lo suficientemente raro para estar nervioso. Después del exilio generalizado de la casa de la playa todos habían seguido con su vida. Álvaro aun lo intentaba después de tantos años. No conocía la casa de Estefanía, sus tres hijos, su modelo de vida después de aquellos días bajo las palmeras de la casa. Todo le parecía tan subreal. Tenía la vaga sensación como si regresara en el tiempo y sentirse todos juntos en el mismo techo. ¿Habrá cambiado ella? ¿Cómo estaría Ernesto? ¿Le habrá perdonado Estefanía su pecado no cometido o solo quería tener un largo y tedioso acto de cierre con todos los involucrados en aquellos días que nadie los tiene tan claro?
- ¿Crees que haya invitado a Alisson? – Preguntaba Álvaro a su madre mientras se aproximaban a la casa
- No creo. Es mejor que no lo haga. Por vos – Decía Margarita mientras se acomodaba su bufanda

Margarita se bajó del carro. Era su sobrina favorita. No había dejado la comunicación con ella nunca. Álvaro tardo un minuto para encontrar el valor y comenzar su trayecto hasta la puerta. Era una casa familiar, las bicicletas en la entrada delataban que habían niños. Tres según tenía entendido. Su madre lo esperaba en la puerta para tocar el timbre. Mientras Álvaro subía las escaleras a la entrada la puerta se abría. Era Estefanía. Ahora ocupaba el pelo largo. Abrazó a su tía y luego levantó la mirada. Le tomo un par de segundos reaccionar a la cara de Álvaro y luego una gran sonrisa se le dibujó. Lo abrazó mientras le daba la bienvenida a su casa.
- Te ves diferente – Le dijo Álvaro mientras se separaba de ella
- Han pasado años

Álvaro sintió que no debió haber mencionado de entrada los años que llevaban sin verse. Ella avanzó hasta la parte trasera de la casa donde toda la familia estaría. Álvaro recorrió la casa con su mirada. Una pared con cientos de fotos de la vida de Estefanía y de Ernesto después de la casa de la playa, dibujos de sus hijos, una esquina convertida en un bar. “Siempre tendrá que haber un indicio de tu pasado” pensó Álvaro mientras avanzaba por el piso de madera. Trató de tan siquiera reconocer algo más que lo llevara a aquellos días largos frente al mar, trató de sentir si el alma de Estefanía también estaba inundada de aquella melancolía de días de sol y palmeras moviéndose al compas de una danza interminable. No había nada. Ni una sola foto. Cientos de fotos habían sido destruidas para tratar de borrar aquella época vergonzosa para toda la familia. Álvaro no recordaba la vergüenza que debía haber sentido por esos días.
- ¡Sobrino! Decidiste venir – Gritó Andrés en la espalda de Álvaro mientras el miraba detenidamente todas las fotos de la pared
- Tío. ¿Cómo ha estado?
- ¡Álvaro! Que sorpresa – Saludaba Ernesto
- Bueno, no creo que haya tenido muchas opciones después de su invitación – Álvaro siempre sintió mucha más confianza con su primo Ernesto antes que con su prima Estefanía.
- ¿Y Denisse? – Preguntó Ernesto
- No estamos juntos desde… hace mucho tiempo – Respondió Álvaro mientras regresaba su mirada a las fotos
- Parece mentira que tengamos ahora tres hijos. Como el tiempo y las ideas pasan
- Así me he dado cuenta

Álvaro no entendía el porque lo habían invitado a él. Después de todo. Decidió quedarse dentro de la casa mientras la reunión se amenizaba en la terraza. Parece que él era el único que tenía esa nostalgia dentro de sí. Aquellas ganas inquietas, aquellas ganas que uno trata de aplacar dentro de nuestro ser, aquel anhelo de tal vez no regresar a la casa de la playa sino de nunca haberse ido. Nunca había tratado de rehacer su vida. Para él no había vida que rehacer, solo el tiempo que transcurre sobre un cuerpo que ya no vive. Cerró los ojos e imagino una vez más la casa, con su terraza frente al mar, Alisson y Estefanía hablando en la playa bajo el sol. La salinidad del viento, la vida en el aliento, y el potencial destructivo que todo aquello representaba. Como estar sentado en una bomba. ¿Cuánto la vida tiene que cambiar para darse cuenta que uno ha dejado el camino que siempre quiso estar? Sintió un pequeño roce en el hombro.
- No sos el único. Yo también lo siento. Por eso te invité, para pretender por una noche que estamos los dos bajo esa misma casa. – Le dijo Estefanía
- A veces se dicen muchas más cosas cuando no se dicen las cosas. – le respondió.