miércoles, 7 de marzo de 2012

Yo no tengo miedo a morir solo.


¡Le tengo pánico! La crisis del cuarto de vida parece estar en todos lados. Un día hablando con un vejo amigo recuerdo haberle dicho que yo no tenía miedo al morir solo. Pude escuchar a mi yo interior soltar una ligera risa de burla al escuchar decirme semejante mentira. Pero me han dicho que si uno dice una mentira mil veces luego se convierte en verdad, pero no sé cuantas veces aun tengo que repetir en voz alta que no tengo miedo a morir solo para que se convierta en mí verdad.

He buscado en Internet, y según, una de las posibles razones del cáncer es la predisposición genética. Y luego que todos mis familiares, ya sea del lado paterno como del materno, han muerto de cáncer, siempre he aceptado mi aparente inevitable destino. Y ya que he estado en contacto con tan terrible enfermedad, se la mella que hace no solamente en el físico de una persona, si no que destruye la mente. Y también sé lo necesario que es tener a alguien que sostenga tu mano cuando vienen los terribles estados de depresión que se originan cuando ves el fin justo a la cara.

La percepción física que tenemos de nosotros mismos se ve alterada durante la enfermedad mientras ves terribles estragos en tu cuerpo, y siempre es conveniente tener un hijo, una hija, o un cónyuge que te traiga de regreso del espanto de levantarte un día y verte al espejo y ver que ya no sos la misma persona que se fue a dormir la noche anterior. Si muero solo, nadie me traerá de regreso de ese shock, más que una enfermera hastiada, o una monja obligada. Con palabras simples (y hasta crueles) de “Esto es por tu bien para que podas acercarte a Dios”.

Una prima, o no sé si era prima o simplemente un familiar lejano, que según mi familia “había decidido no casarse porque había decidido que le gustaran las mujeres” tenía problemas de alcohol. Y aquí entre nos que no la culpo. Delgada, con pelo varonil, alta, blanca, y una voz más masculina que la mía. Vivía con su hermana y sus sobrinos. No tenía familia propia así que no tenía porque vivir sola (o eso pensaban). Le diagnosticaron cáncer terminal en el hígado, después que nunca se atendiera una cirrosis muy agresiva. No tenía seguro privado, y tuvo que atenderse en los hospitales públicos, que aunque no son tan malos, tampoco son muy buenos. Le dijeron que no necesitaría quimioterapia pues no había nada que hacer. Un día se despertó, (me gusta pensarla sobria ese día pero lo dudo que haya sido así) y sus sobrinos estaban en el colegio, su hermana en su trabajo, y se sintió especialmente mal. Tomó un taxi, le dio la dirección del hospital donde atendían su caso. Llegó sola, la acostaron en una camilla para mientras un doctor se desocupaba. Una camilla de seguro en el pasillo del hospital como son muy comunes en los hospitales públicos. Y murió. Espero que haya estado bajo los efectos del alcohol para que no entrara en pánico y la ayudara a aceptar su inevitable fin. Sin ser atendida. Sin nadie que le sostuviera la mano. En un hospital público de Nicaragua, uno de los países más pobres de América. Entre ladrones llevados ahí por la policía misma después de haberlos agarrado y darles una golpiza. Entre enfermeras que no saben tu nombre y ni les interesa. En un pasillo, en una camilla donada por la brigada cubana hace 30 años. Espero que el alcohol la haya acompañado si quiera.

Murió en la mañana. Sus sobrinos llegaron de la escuela, su hermana de su trabajo. Se fueron a dormir. Hasta que la mañana siguiente el hospital pudo llamar a su hermana para darle la noticia. Paso un día. Nadie preguntó por ella, nadie la extrañó, estaba sola. Yo la habré visto como 3 veces en mi vida. Ese día fuimos a su vela y el comentario era el mismo “es que nunca quiso tener hijos”. No pude evitar pensar que tal vez así sería mi fin porque “no quise tener hijos”. Siempre me pareció una historia digna de una novela psicológica oscura, su historia, y tal vez un día la inmortalice en una y será un digno memorial para un alma valiente que tomó un taxi en sus últimos momentos y aceptó su destino en una camilla de hospital mientras nadie la rodeaba. Creo que ese acto le valió el cielo.

Yo tuve una pareja que es de una ciudad al norte de Nicaragua, Matagalpa. Y en una de mis primeras veces que fui a esa ciudad me llevó al cementerio de su ciudad (ahora que lo pienso debió de haber sido algo extraño) en una parte del cementerio había un tipo de capilla encima de una colina. Le pregunté que era ahí y me dijo que era donde enterraban a los pobres. Resulta ser que la alcaldía de Matagalpa se hacía cargo de tu entierro si tu familia era lo suficientemente pobre para no poder pagar un entierro. Le pedí que me llevara. Me explicó mientras subíamos a la colina (había escaleras) que era una fosa común y que luego que te enterraban no podían mantenerte ahí por siempre, así que una vez pasaba el proceso de descomposición te pasaban a otra fosa (ya sin féretro). O sea que tus huesos eran juntados con los huesos de los desafortunados que habían muerto antes de vos. Morbosamente podías ver los huesos apilados si te asomabas a una pequeña abertura. Lo cual hice yo. No puede dejar de pensar que tal vez esos prójimos no todos habían sido pobres, tal vez habían muerto solos en el mundo. No hubo nadie que reclamara sus cuerpos y al gobierno municipal no le quedó de otra que tomar dinero de los pagadores de impuestos para poderte dar lo mas decente que ese dinero pudiera comprar.

Ese tipo de tratamientos a restos humanos trasgrede nuestras creencias de respeto a los muertos. ¿Cuántas veces he escuchado decir “que montón de flores en la vela, de seguro era muy querido”? El trato mas solemne a un muerto nos hace pensar en lo tan amado, popular, querido que una persona fue. ¿Qué tal si nadie me reclama en el hospital? Después de todo es el fin que de seguro tendré porque “nunca quise tener hijos”.