viernes, 8 de marzo de 2013

Pasado


Quienes me conocen saben que para mí entrar a una librería es casi lo mismo como entrar al cielo. Ver los libros uno a la par de otros. Pensar en todas las cosas que puedo aprender. Su espíritu. Las experiencias ajenas que aun no he vivido o no puedo vivir, me seducen cual sirenas a marineros. Desgraciadamente, viniendo de un país en vías de desarrollo (y aunque contamos con escritores que influencian altamente la literatura latinoamericana) hay muy pocas librerías en mi bella Managua.

Yo creo que los libros tienen la inmensa habilidad de llamar al nombre de las personas. Yo he encontrado verdaderos tesoros, caminando y de repente, siento el susurro del aire, su suave coqueteo intelectual, su aire de aristocracia, su esencia de experiencia humana, sus sutiles consejos entre líneas, el olor a libro. Volteo la mirada y veo el título del libro atiborrado en el anaquel. Ese tipo de amor a primera vista es más refrescante que todas las cervezas de Nicaragua puestas juntas frente a mí en un día del típico calor ecuatorial de Managua. Es casi comprable a un orgasmo. Un orgasmo intelectual.

Una vez paseándome por una librería en mi bella Managua vi un libro que llamó mi nombre. De esa manera encontré mi más grande secreto. “Approval Addiction”. Nunca me ha gustado empacar para mis viajes (para mí las cosas tienen almas, y se recienten si no las llevas de viaje) y este libro es una de las primeras cosas que empaco. De hecho, siempre lo llevo a mano. Nunca me he considerado como un buen escritor (de hecho pienso que escribo porque soy nicaragüense y todos dicen que todos los nicaragüenses no nos gusta estar sobrios y nos gusta escribir) ni muchos menos soy un literato. Pero soy muy exclusivo con los autores que leo.

Me acerqué al anaquel. Tomé el libro en mis manos. Con tan solo sentir su cubierta entre mis dedos me hacía prepararme para aquel amor a primera vista que había sentido tantas veces por mis libros favoritos. Mi corazón se aceleraba, mis pupilas se dilataban. De repente mi mundo se detuvo bruscamente. Joyce Meyer. Mis dedos me ardían, mi estomago se revolvía, mi garganta se secó. Sin pensarlo dos veces lo devolví a su lugar. Nunca compraría un libro de Joyce Meyer. Sería como poner un cigarro en mi boca. Sería traicionarme a mí mismo y todos mis estándares de vida. Nunca.

Mi bella cuidad no tiene muchas librerías y a los pocos días regresé al mismo lugar en busca de nuevos tesoros. Evitaba pasar por el anaquel de libros en inglés. No quería recordar ese desagradable episodio. Luego de recorrer todos los anaqueles y leer los mismos títulos volví al mismo lugar. Ahí estaba. Viéndome. Llamándome. Seduciéndome con lo que creía que era su verdad errónea. Sus pensamientos mal fundamentados. Su sonrisa burlona. Su ataque a mis creencias. Sus páginas de errores tras errores. Lo tomé una vez más.

Solo leer “Joyce Meyer” me daba ganas de salir corriendo. Contra todo pronóstico le di vuelta al libro. “a ver que tiene que decir esta mujer, a ver cuántos errores encuentro solo en la parte de atrás de su libro” recuerdo haber pensado. Ninguno. Me sedujo más de lo que estaba dispuesto a pensar. Lo volví a colocar. “Solo fue suerte” pensé.

Regresé a casa. La señora de la limpieza llegaba ese día y ya había limpiado mi cuarto. Ella tiene la costumbre de encender el televisor de cada uno de los cuartos cuando los limpia y poner su canal favorito. Encendí el televisor. Ahí estaba. Su sonrisa burlona, su pelo corto, su traje sobrio, su voz andrógina. Joyce Meyer. Lo apagué. Me cambié de ropa y salí de mi cuarto. Le dije a la señora que mientras limpiara mi cuarto que no volviera a poner ese canal.

Stephen Hopkins dice que a él le sorprende que las personas que creen en el destino y que todo está escrito de todas formas ve a ambos lado de la calle antes de cruzar. Yo veo a ambos lados de la calle… y creo en el destino. Una semana después mientras estaba en mi cuarto cambiándome de ropa encendí el televisor. Una vez más esa voz. Joyce Meyer.

Contra todo pronóstico lo dejé. “Al primer error lo quito” recuerdo haber dicho. Terminé de cambiarme de ropa. Quedé viendo al televisor y me senté al borde de mi cama. Ni un solo error. Todo lo que decía estaba en el lugar que debía de estar. Anti natura. Fui donde mi amiga que había preparado pasta y yo llevaría el vino. Le comenté sobre el libro. Se sorprendió que estuviera considerando comprar un libro de Joyce Mayer. “¿Quién te dijo que estoy considerando comprar eso? ¿Crees que estoy así de loco?” recuerdo haberle dicho.

En sumo secreto recuerdo haber buscado reseñas del libro en internet. Recuerdo haber ido a la misma librería un par de veces más y ver el libro ahí mismo. Odiaba su sonrisa. Podía verla decirme “cómprame”. Una vez hace muchos años yo solía salir con un poeta quien me dijo que a los artistas les gusta vivir experiencias comunes en una dimensión diferente, en una dimensión más cerca a lo mágico. Entonces entendí porque yo era así. Llamé a un amigo que es fan de los libros y le dije que necesitaba un favor. Sin decirle de que se trataba lo llevé a la librería. Le enseñé el libro. Leyó lo contraportada. “No creo que estés considerando este libro” me dijo. Añadió que el libro sonaba bien, pero que no intentara tomarlo a pecho.

A las pocas semanas después Isabel Allende lanzaba su nuevo libro. Y aunque no soy gran admirador de Isabel Allende pensé que era un libro que debía de comprar. Llegué a la misma librería. Ahí estaba. “El cuaderno de Maya” de Isabel Allende. Respiré tranquilo. No puedo decir que de repente recordé a Joyce Meyer porque siempre estuvo en mi mente. Fui a su anaquel. Y ahí estaba. Su misma sonrisa. “Aproval Addiction, Overcoming your need to please everyone”. Solo puedo decir que “El cuaderno de Maya” lo terminé comprando un año después en Roma.

No fue amor a primera vista. Fue un mes de coqueteos subliminales, pero fue amor al final. Algunas veces ese tipo de amores son los mejores. “Al primer error lo dejo de leer” pensé. Lo terminé de leer en menos de dos semanas. No voy a decir que es un amor a Joyce Meyer. De hecho no pienso volver a comprar ni un solo libro de ella nunca más. Solo hay tres libros en mi historia que me han influenciado al punto de tratar de vivir en base a ellos. Este es uno de ellos.

Una de las principales premisas del libro es que todos los errores (o por lo menos la mayoría) que cometemos en nuestro presente es porque culpamos a nuestro pasado. “Yo soy así porque en mi pasado me pasó esto”. Y la única manera de vivir una vida plena, libre y realizada es dejar el pasado en el pasado. Sentí una bofetada. Porque mi primer libro básicamente sustenta la premisa que “soy lo que soy porque en mi pasado fui esto y he aprendido de mi pasado”. Joyce quería que dejara todas mis experiencias en el pasado y volviera a empezar desde cero. Como si nada hubiera pasado.

Algunas lecciones de la vida son tan difíciles de superar. Algunas veces nos cuenta mucho. A veces tenemos que irnos lejos del dolor. A veces tenemos que empezar una manera diferente de vida. Eso fue lo que me impulsó en un viaje de redescubrimiento. ¿Qué tan sano es olvidar todo lo que has aprendido en el pasado por querer empezar una vida fresca? ¿Qué tan sano es olvidar las señales que viste antes y no tomarlas en cuenta ahora? ¿Hasta que punto un humano puede olvidar sus traumas? Y es que algunas veces cuando leemos estas cosas estamos de acuerdo completamente hasta que nos vemos cara a cara con la oportunidad de ponerlas en práctica y es entonces que nuestras rodillas se debilitan, nuestra voz se nos quiebra, y la razón trata de tomar el control. Pero no puedo dejar de preguntarme ¿Hasta que punto es la razón?