viernes, 29 de junio de 2012

Sueños de Latinoamérica

Yo soy nuevo en el mundo laboral. Recuerdo plácidamente mis días de universidad cuando dormía un mínimo de 12 horas y la mitad del resto de las 12 horas pasaba recuperándome de la resaca o la otra mitad paseando por los pasillos de la universidad con mis amigos pensando donde iríamos a tomar. ¡Ah que inocente era entonces! No tenía la más mínima idea de lo que me esperara luego de estrechar la mano del decano de la universidad y recibir mi título. Si hubiera sabido, o tan siquiera hubiera tenido la noción de que afuera de la universidad me esperaría un mundo cruel, rudo y sobre todo un mundo estresado, si tan siquiera alguien me lo hubiera advertido creo que no hubiera dormido 12 horas sino 16. ¡Ha cuanto me hace falta el sueño ahora!

Yo siempre he pensado que soy una persona que no está programada para seguir los parámetros normales, también siempre he pensado que una vida de oficina sería un estilo de vida que no me llenaría. Siempre he tenido un lado un poco rebelde y salvaje de ese mismo estilo de rebelde que vemos por las calles con el pelo largo con barba y camisas del Che hablando de cómo sistemas neo-liberales nos han llevado a la ruina moral. Sabía desde el principio que ese mismo lugar donde era mi lugar. Siempre he querido estar en máximo contacto con mi lado Latinoamérica, mi orgullo nicaragüense.

Siempre quise después de terminar la universidad hacer el recorrido del Che por Suramérica, así como un ritual latinoamericano por el cual te volverás uno con la tierra orgullosa de nuestros aborígenes. Siempre lo quise hacer como cual si fuera un ritual de iniciación. Pero justo luego de mi graduación conseguí un trabajo (A solo una semana de haberme graduado) entonces pensé “¿Qué tanta suerte puede ser que he conseguido trabajo justo en el primer lugar que aplico justo después de graduado?” lo acepté. Después de todo tenía que financiarme el viaje de una u otra manera. Trabajaría 6 meses, con el dinero de mi salario y luego de mi renuncia mi indemnización pudiera empezar el viaje.

Luego me di cuenta que solo necesitaría 3 meses de trabajo para empezar si no gastaba mucho dinero. Latinoamérica me esperaba con los brazos abiertos para conectarme con ella y que me transmitiera toda su sabiduría de la tierra, de su cultura, de sus aborígenes. Yo era uno de ellos.

Lo triste es que hoy cumplo 2 años de trabajar para la misma empresa. Luego de un acenso luego de tan solo 10 meses de trabajar con ellos, y un sustancial aumento en el salario, y brincarme como 10 niveles en el organigrama de la empresa… pues ya estaba aun más difícil llevar una carta de renuncia. Luego vinieron las deudas, pagar los prestamos de la universidad, contratos de teléfono, seguro social, impuestos, responsabilidades y sentía como pequeñas cuerdas me ataban a mi terrible y cruel cubículo. Echaba raíces. Me traicionaba. Mi sueño se apagaba… ahora podía pasar semanas sin siquiera pensar en el. Cuando me levanto por las mañanas a veces me cuesta verme al espejo y ver cómo me he traicionado. ¿Qué me he hecho a mí mismo, como me he traicionado? Y peor aun ¿Cómo he dejado esperando a Latinoamérica y sus colores?

Odio lo que hago. Odio mi trabajo. Y me da pena decirlo en voz alta porque sería fácil pensar que soy perezoso. Pero no. Simplemente odio la obligación de verme amarrado. Yo pudiera perfectamente vivir con la mitad de lo que gano ahora (lo sé porque eso ganaba antes) y odio el hecho de ver la acumulación de bienes como algo deseable. Ver el hecho que obtener mas de lo que necesito como una señal de bienestar. ¿Dónde había quedado aquellos días de universidad cuando comía como cena 5 buñuelos que me costaban 1 Córdoba cada uno? Y es que no necesitaba mas que mi cama, y 12 horas de sueño.

Mientras me peino para ir a mi trabajo recuerdo que pase años sin peinarme. Mientras me levanto antes que el sol salga recuerdo que ni cuando aun iba a la escuela me levantaba tan temprano. Mientras llego a mi trabajo puntualmente recuerdo que nunca iba a clases durante una semana entera. Mientras pago las cuotas de mis deudas siento como me amarran a mi nueva manera de vida, me encajan un yugo, me hacen parte del sistema, me matan por dentro, me sangran, ¡Malditos! ¡Malditos usureros! ¡Ladrones que me sangran con tasas de intereses a ahogan al pueblo! ¡Déjenme! Pero no hacen caso.

Ahora las camisas de marca me parecen apetitosas cuando antes iba a la tienda de ropa de segunda mano para ver que encontraba. Ahora no puedo vivir sin mi correo en mi teléfono y antes pasé 2 años sin teléfono y otros 2 años con uno que nunca andaba saldo, ocupando teléfonos públicos para hablar por teléfono. Ahora no me imagino agarrar un transporte colectivo, antes que dependía de ellos. ¿Evolución? Yo más bien creo que es muerte. Los sueños no se apagan… se ahogan.