jueves, 7 de febrero de 2013

El Sacrificio Máximo


Por alguna extraña razón toda la vida me ha llamado la atención las grandes historias de amor. Romeo y Julieta, Cumbres Borrascosas, Arráncame la Vida, Anna Karenina, o Breve Historia de un Amor Eterno. Me encanta la conexión tan íntima que hay entre la locura y el amor hasta el punto de confundirse con la locura. Amó tanto Juana de Castilla a su esposo Felipe el Hermoso que por toda la eternidad la conoceremos como “Juana la Loca”. Triste.

Todas estas historias de amor tienen un común denominador en donde la persona se desapega de sí mismo y vive en una especie de trance cósmico. Deja de pensar en uno mismo para solo pensar en el bienestar de la otra persona. Deja atrás años de arduo trabajo, de esfuerzos, familias, amigos y van tras la búsqueda del ser amado como una polilla es llamada a la luz. Se enfrentan a sociedades, familias, pestes, guerras, muerte, y todo obstáculo imaginables.

Tenemos años (si no décadas) de no escuchar una historia de amor épica. Y es que los sacrificios de esta sociedad moderna no son los mismos que los sacrificios que nuestros personajes de grandes historias de amor tuvieron que hacer en su sociedad. Voltaire hizo que Candide atravesara el atlántico durante tempestades, guerras indígenas y terremotos para poder vivir su historia de amor con Cunégonde y hoy solo basta con 13 horas de vuelo para cruzarlo y los únicos obstáculos son visas, equipajes perdidos y aeropuertos atestados. Pero aunque cruzar el Atlántico ya no sea una gran proeza no significa que no sea por una historia de amor.

Pero no son los sacrificios los que más me ha llamado la atención de las grandes historias de amor sino el cambio radical que la persona vive. Pasamos nuestras vidas construyendo quienes somos, ocultando nuestros miedos, superando nuestros traumas, viviendo solos en una burbuja, construyendo nuestras paredes, poniendo verjas en nuestras ventanas, asegurando nuestras almas para que en el juego que llamamos amor no salgamos mal parados. Pero un día caminas por la calle y una sonrisa lo cambia todo. Caminas ahora acompañado por cientos más de calles, probando nuevos sabores, escuchando como tu nuevo acompañante caminante ha construido sus paredes. Y de repente todo cambia dentro de vos. Abres las puertas, quitas las verjas, derribas tus paredes y piensas que nada puede salir mal, y si algo sale mal solo un segundo de aquella bella sensación valdría la pena el sacrificio.

Todos tenemos cosas en nuestras vidas que no nos gusta hablar. Todos tenemos rastros de nuestra personalidad que guardamos en una gaveta que solo nosotros queremos ver. Y sabes que ha llegado el momento de enamorarte cuando compartes esa gaveta secreta. Te dejas ver. Y es en ese preciso momento que has entrado en proceso de evolución. Que ya nunca serás el mismo. Y es que no hay cambio más importante que el que haces por otra persona y no por ti mismo. Ya no sos uno. Tu alma se refleja en los ojos de la otra persona. Ya no piensas en solo en vos. Y es que no se trata de flores, de chocolates, de tarjetas, ni de cenas románticas, simplemente se trata del mayor sacrificio que uno pueda dar… uno mismo. La autoinmolación. Y es que todo el resto no es nada cuando uno esta dispuesto a darse a sí mismo. El dinero es simplemente un pedazo de papel.

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