domingo, 28 de noviembre de 2010

Eso es todo Amigos


No pienso mentir, ni mucho menos decir que no me importa ya que él no este junto a mi. No fue fácil verlo con sus maletas yendose de la casa como si todos los años, esfuerzos y lágrimas que los dos habíamos gastado en todos estos años no importaban. Pretendiendo que nada de eso quedaba. No sé cuantos meses habrán pasado desde ese día, sin duda pasaran años y lo seguiré recordando, probablemente hasta el día en que me muera, como el día más triste que he pasado. Nunca pensé, nunca pude siquiera llegar a pensar en las fantasias mas oscuras que simplemente saliste por la puerta con todas tus cosas sin que los dos nos dijeramos algo. Vi en tus ojos, vi en tus manos, pude oler en tu transpiración que querías decirme algo. Tal vez querias que te tomara la mano y pidiera que no te fueras, o simplemente querias pedirme perdón para que pudieras empezar tu nueva vida con tu conciencia tranquila. De todas maneras nada nos dijimos, dejé que salieras. Aun no sé porque no dije nada. Simplemente no lo dije. Mis ojos vieron alejarte, dejando atrás no solamente tu cruz sino años de dedicación, de lucha, de intentos fallidos, de amor. Ibas en busca de quien te hará feliz, ibas aventurandote al mundo con un sueño en tu corazón y la esperanza de un nuevo amor, y yo me quedaba con la desdicha y el profundo dolor del fracaso.

Lloré como nunca he llorado, mis lágrimas eran amargas y espesas. Salían raspando como lija mis ojos, se deslisaban por mi mejia con la vizcosidad de la sangre, empaban el suelo por donde pasaba. Fui a su cuarto para constatar con mis propios ojos que de verdad se había ido. Como si mis ojos aun no creyeran que lo vieron cargar con todo lo que tenía, con todo lo que había acumulado en todo estos años. Lloraba, rogaba a Dios, como si mi llanto le pudiera llegar como mensaje cósmico y hacerlo regresar a decirme que todo iba a estar bien. No solamente su cuarto estaba vacío, sino que no regresó. Lloré por horas sentado en la cama donde compartimos tantas noches de caricias y abrazos, de peleas y reconciliaciones. Nada había dejado. Algo dentro de mí murió ese día, y sentía como moría dentro de mí. Agonizaba dramaticamente. Podía ver al espejo mis ojos inflamados. Nunca pense sentir tanto dolor. Mi corazón rasgaba mi pecho, sentía un dolor real dentro de mí. Como si estuviera muriendo.

Dios se apiadó de mi y cerró la fuente de mis ojos que habían dejado destrosados mis ojos. Pude abrir los ojos ampliamente y no pude ver nada. No había ni luz, ni sentido, ni sueños, ni sonido alguno. Todo era gris. Había sufrido una metamorfosis digna de Kafka. Me había convertido en un objeto, sin alma, sin sentido de pertenencia ni sueños. Las palabras no salían de mi boca ¿Qué iba a decir? ¿Que domonios tenía que decir ahora? Como si al no pronunciar palabra al verte partir mis cuerdas vocales se húbieran marchitado. ¿Que iba a hacer? ¿Que iba a pensar? ¿Que planes tenía? ¿Quien era? ¿Que vendría? no sabía nada. Me sentí como una estatua de un santo, con forma humana por fuera y hueca por dentro. Me imaginaba ser movido de lugar en lugar como un santo, ser limpiado con un pañuelo, escuchar a las personas que me hablan pero sin poder mover mis labios. Siempre con la misma mirada y sin abrir la boca. Había muerto. Él me había matado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario