sábado, 25 de junio de 2011

El pobre de Carlos

Muchas veces mientras estoy solo con mis pensamientos, y veo a alguien, solo con su cara, sus facciones, su gesto, activa en mi una reacción de imaginación y comienzo a crearle una historia. Pienso de cómo sería cuando regresa a su casa, su relación con sus padres, con su familia, y problemas personales. Me obsesiono con sus historias inventadas en la cabeza, y si las vuelvo a ver, creo que todo lo que he imaginado es real. Muchas veces son historias tristes, y me dan tristeza, los compadezco de su oscura vida. Aunque todo haya pasado únicamente en mi imaginación. Me han dicho que tengo imaginación de escritor, que mi mente esta programada para de la nada crear personajes.

Vi a alguien en el gimnasio. Un hombre en mitad de sus treinta, un poco pasado de peso, no podía manipular las máquinas que estaba ocupando, y con un anillo de oro en su dedo anular. Mi imaginación corrió. Ese día no llevaba mi Ipod y fue aun más fácil, casi mecánico, comenzar a imaginar su vida. Esta es la historia ficticia de Carlos… llamado así por su padre.

Carlos tenía una madre que estaba convencida de que la familia era el tesoro más preciado de una persona, y ella debía de mantenerla unida aunque tuviera que poner la felicidad de todos los demás primero que la suya. Había educado a Carlos con esa visión, y lo educó para que se casara antes de los treinta, y pocos años después llegaran los nietos. Carlos nunca pensó en otra posibilidad que esa. Nunca imagino que podía hacer algo diferente con su vida. Sabía que era lo correcto, y lo que sus padres esperaban de él.

A Carlos le gustaba la psicología pero su papá le instruyó que estudiara odontología como él. Después de todo iba a tener su ayuda al momento de poner su clínica. Su familia era de clase media alta, e iría a una buena universidad nacional. Carlos sabía que era lo mejor que podía hacer, después de todo su infancia la pasó escuchando a su padre hablar de trabajo en la mesa y no le parecía que debía ser mala profesión. Su padre le había dado todo lo que él y su hermano quisieron y era justamente lo que él quería para sus futuros hijos.

Fue a universidad privada sin preguntar porque, simplemente pensó que era lo mejor. A mitad de su carrera conoció a su novia de toda la vida. Carlos siempre fue un excelente alumno, con magnificas calificaciones y nunca se dio a la tarea de buscar varias parejas sentimentales. Había salido con muchachas antes, había tenido dos novias serias. Una en la secundaria que se fue a estudiar al extranjero, y otra en los primeros años de la universidad cuya relación se enfrío sin aun saber porque hasta llegar a un punto de no retorno. Nunca había terminado oficialmente con ella, pero el hecho de no llamarse por un mes y medio le dejaba muy claras las cosas. Aun más cuando la encontró en un centro comercial mientras llevaba al cine a su sobrino con otro muchacho. No le importó. Solo se dio cuenta.

Delia era una buena muchacha, del mismo estrato social de Carlos. Era una muchacha mucho más social que Carlos. Había sido presidenta de su colegio, y había sido la más popular de su secundaria. Tenía muchos amigos (la mayoría de la secundaria) que aun salía con ellos. Carlos no tenía ni uno de su secundaria. La acompañaba a sus reuniones de viernes por la noche a bares de la ciudad. Delia se arreglaba mucho, iba impecable. Él nunca supo como vestirse mejor para esas ocasiones. Delia siempre era el centro de atracción, contaba sus chistes, se reía copiosamente, hacía reír. Él solo la veía desde su vaso de ron negro con soda. Sonría, sabía que era lo mejor que le podía haber pasado. Su madre la adoraba.

Delia lo amaba, amaba a su familia, y aunque sabía que no era precisamente lo que ella pensó un día que conseguiría sabía también que sería el esposo perfecto. Nunca le faltaría nada a sus hijos, nunca le faltaría atención a ella y la haría feliz. La mamá de Carlos aprobó de inmediato su matrimonio, y se casaron en la misma iglesia que los papas de Carlo lo hicieron. Carlos sabía que era lo correcto para hacer, quería estar junto a ella por toda su vida, quería ver crecer a sus hijos, quería envejecer con ella, verla todas las mañanas, compartir cada instante de su vida adulta, velar por la educación de sus hijos, trabajar para ellos, vivir y echar raíces donde el destino los plantó. Delia se veía bella en su vestido blanco. Sus amigas estaban felices. La boda era simplemente perfecta.

Los niños no llegaron como pensaron. Llevaban cinco años de casados y no tenían hijos aun. Ella se planificaba aun. Él no entendía la razón, pero Delia rápidamente se dio cuenta que la vida de casados no es precisamente la más fácil, y quería tener buenas bases cuando llegara el primer hijo. Se le había hecho costumbre a Delia salir con sus amigas de secundaria después del trabajo los viernes. Carlos no le decía nada. Delia se quejaba con sus amigas, había llegado a llorar. ¡La vida tenía que ser algo mas! Debía de haber algo más que esta ciudad, debía de haber algo más que estas sensaciones, que estos gustos, que estas experiencias que ella tenía todos los días. El mundo era algo tan rico para ir todos los días al mismo lugar y regresar al mismo lugar. Ya no quería hijos. Dudaba si es que ya no los quería del todo, o simplemente no los quería con Carlos.

Habían pasado meses desde que ellos dos compartieron las mismas pasiones en su cama. Carlos notaba que ella se dormía mucho después que él. Delia se quedaba viendo al infinito de su cielo raso todas las noches. Carlos se daba la vuelta. No sabía aun que pensar. No sabía en que confiar, no sabía a quien recurrir. “de seguro lo que falta es un hijo” pensaba. Trabajaba cada vez más duro para crear las bases de que su esposa quería para poder comenzar a construir su familia. Un viernes se quedó hasta tarde en su consultorio. Leyendo libros de su profesión, su esposa no estaba en casa había salido con sus amigas. Tendría que pasar comprando comida una vez más. Pasó frente a un gimnasio. Tal vez eso era lo que necesitaba.

Luego de su primer mes de gimnasio las cosas no mejoraron el casa. Un viernes llegó a casa y su esposa aun no llegaba. Se fue a dormir y cuanto despertó el sábado su esposa aun no había llegado. Sin extrañarla se hizo el desayuno, encendió la tele y vio las noticias. Su esposa llegó. Se sentó a la par de él, le tomó la mano y lloró. Carlos perdió el apetito. Delia se había dado cuenta mucho antes que él que la vida no necesariamente es una línea recta de estudiar, casarse, hijos, envejecer y morir. Lamentaba no haberse dado cuenta antes, pero sentía que su felicidad estaba en otro lugar. Carlos no entendía el concepto de felicidad bien. Para él la familia era primero antes que la felicidad. Delia se levantó y fue a dormir. Carlos quedó frente al televisor con las noticias del sábado en la mañana. No sabía a quien llamar, a quien contarle, a que hombro llorar.

Carlos nunca pensó que tal vez había algo mucho mas afuera que su consultorio y de su casa de tres cuartos, nunca pensó que tal vez todo lo que le dijeron sus padres no necesariamente tenía que funcionar para él. Ya no era joven, sentía que había echado a la basura su vida. Tal vez hubiera sido mejor haber sido psicólogo, tal vez hubiera sido mejor tomar su camino a los veinte y estar en un país extranjero haciendo trenzas para poder comer. Sería un hombre sin familia y aun no sabía que tan bueno o malo podía ser eso. Veía sus paredes con fotos con su esposa. Se preguntaba una y otra vez en que punto todo había dejado de existir. En que punto él se había dado cuenta que esto era inevitable y decidió ignorarlo.

Delia se fue de casa una semana después. No hubo lágrimas, no hubo llanto, no hubo drama. Y aunque nunca firmaron el divorció oficialmente a Carlos le quedaba claro que había claro que ella ya no era su esposa. Cuando se topó con una vieja amiga de Delia en el centro comercial mientras iba solo al cine y ella le contó que Delia había ido a estudiar una especialidad a Europa le confirmó todo. quiso ocultar su mano que aun cargaba el anillo en su dedo anular pero había reaccionado muy tarde, la amiga de Delia ya no lo había notado. A Carlos no le importó que Delia estuviera lejos. Fue al baño, se lavó las manos y dejó el anillo en el mostrador. Al día siguiente se levantó a la misma de hora de siempre para ir a su consultorio. Su paredes aun tenía las mismas fotos.

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