“Lo más alto y los más bajo de mi vida”. Una vez te
describieron de esa manera, y no pude dejar de asombrarme con la verdad que
estaba escuchando. Dependiendo de los altibajos de nuestra larga relación yo te
describía como “El peor error de mi vida” y otras veces como “lo mejor que me
había pasado después de la ortodoncia”, pero nunca se me había ocurrido en
llamarte las dos cosas al mismo tiempo. Sos el gigante en mi vida, el más
grande, el amor más descabellado, más denigrante, más ensalzador, más pasional,
más ilógico. Eras amo y señor de todos los caminos de mi vida, el último
revisor de mis decisiones, mi vida giraba alrededor tuyo y lo hacía
plácidamente como si fuera mi destino manifiesto.
Sé que me amabas igualmente con la irracionalidad que yo te
amaba. Sé que me amabas con la locura y similar apego al que yo padecía, sé que
destruiste tu vida por mí de la misma manera que yo la destruí la mía por vos. Pero
vos tenías un gran juego bajo tu manga, esos ojos coquetos y sonrisa
cautivadora, tu piel reluciente y tu voz profunda. Los usaste una y otra vez y
no solamente conmigo. Ibas por las calles rompiendo corazones, ilusionando
otras almas y luego regresabas a mi lado sin darte cuenta que cada vez que te
ibas rompías también mi corazón.
Lamento muchas cosas de esos años, pero sobre todo la
pasividad con que yo afrentaba con resignación cristiana el vaivén de tus
caderas en otras camas. Me dolían más aun las promesas que no hacías que las
promesas que rompías. Y te diste cuenta de mi debilidad. Te diste cuenta que no
te dejaría. Y le diste rienda a tus instintos por donde caminaras, en los
círculos que estuvieras, no te limitabas, no pensabas. Parecía que contabas
cual trofeos las personas que caían con tus ojos cafés y tu sonrisa perfecta. Parecía
que te subía el ego al punto de apoteosis y me minimizaba al punto de esclavo
sentimental. No tuviste decoro en destruirme y yo no tuve decoro en permitirlo.
Recuerdo que nos quejábamos que peleamos mucho, pero no
recuerdo la razón. No recuerdo nunca haber tenido una conversación profunda y
constructiva respecto a nuestra relación. Pero cada vez que lo pienso llego a
la conclusión que nunca la tuvimos porque no soportabas la criticas de otra
persona y te encerrabas en tus ideas de una manera juvenil e infantil. Pero recuerdo
nítidamente que no solamente eras vos quien actuabas irracionalmente empujándome
lejos de vos, sino yo también contra cualquier rastro de dignidad y amor propio
me empujaba más cerca de vos ensartándome cada vez más las espinas en mi piel
supurante. No sé porque. No sé porque no salí corriendo en los primeros seis
meses de haberte conocido, sino que me esperé cinco años y medio más. Nuestra relación
pasará la historia. Sos el gigante en mi vida, ninguna relación alcanzará las emociones
que nuestra relación alcanzó… y le doy gracias a Dios por eso.
Tal vez pienses que he sido duro con vos, que no te veo con
los ojos de perdón con los que te veía antes, pero igual estarías equivocado. Sos
mi mejor amigo, la persona que más me conoce en la tierra, sabes a la
perfección cómo reaccionaría, que es lo pensaría, cual sería mi opinión. En una
librería de cinco pisos serías capaz de escoger el libro que quiero leer, en
una discoteca sabrías cual es la canción que quisiera bailar, si me tocara dar
una lista de mis canciones favoritas vos serías capaz de acertar la lista de
principio a fin. Te diste a la tarea de estudiarme, de poseerme, de entrar en
cada ámbito de mi vida, conquistarlo, colonizarlo y controlarlo con ley feudal.
No te culpo, no opuse ni la más mínima resistencia a tu invasión.
Cuando los años pasaban y te diste cuenta que yo era lo
único constante en tu vida, cuando te diste cuenta que tenías a una persona perfecta
a la par tuya capaz de apoyarte en cada desventura, en cada plan descabezado,
en cada día sin mañana, y yo sería tu celestino. Y cuando los ojos coquetos y
tu sonrisa cautivadora dejaron de surtir el efecto que surtían en tus años más mozos
y no colectabas los corazones y las lágrimas que antes hacías me miraste con
ojos de amor. Y fue cuando quisiste reponer los años de amor descuidado pero ya
el tatuaje de tu nombre en mi corazón había sido cubierto por tejido cicatrizante
y solo existías en mi cerebro como una obsesión, un bastión no ganado, algo que
debía tener, una meta personal, una asignatura pendiente.
Pero lo intenté. Intenté amarte con la misma locura, intenté
tener los mismos sueños, intenté perderme en tu mirada, en tu sonrisa, intenté
renunciar a mí mismo y entregarme una vez más enteramente sin reparaciones o
tapujos porque al final te lo habías ganado. Habías cambiado. Pero descubrí que
uno no puede controlar a quien se entrega. Pensamos que es ético hacer y
deshacer con nuestros cuerpos y conciencias solo bajo la premisa fundamental de
que nosotros nos poseemos a nosotros mismos. Pero si nos poseyéramos ¿No
seríamos capaces de dejar amar o dejar de amar a voluntad? La verdad es que
aunque intentaba una y otra vez, había algo en mí que sabía que ya no me
poseías y nunca lo ibas a volver a hacer.
Lo lamento por no habértelo dicho antes y que pudieras tomar
tu decisión antes que yo la tomara pos los dos, luego de dos años de pensarlo y
evitarlo. Perdón. Hoy cuando hablo con vos me transportas a un tiempo más
sencillo, de una vida sencilla. Donde al parecer solo existíamos los dos y
nuestra volátil relación. Aunque no estoy muy seguro si quisiera que una vez más
fuéramos amigos. Siempre he pensado que las personas no se “curan” de sus problemas
psicológicos y si fui capaz de entregarte el poder absoluto no quiero estar en
una situación donde si quiera se me insinúe esa posibilidad. Y no porque crea
que se pueda avivar una llama entre nosotros porque ese barco zarpó hace mucho,
sino porque conozco tus habilidades de control, y sobre todo, sé lo bien que me
conoces cada posibilidad de reacción. Sos mi kriptonita. El que sabe la combinación
secreta para que yo no pueda decir que no, con la diferencia que nunca más
sería por amor.
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