miércoles, 12 de enero de 2011

Amigos Por Siempre (Y siempre es Siempre)

Recuerdo esa noche como si hubiera pasado ayer mismo. Posiblemente no fue la noche mas divertida de mi vida, mucho menos la mas glamorosa, posiblemente tampoco la noche cuando me reí mas, pero lo que sí fue es una de las mejores noches de mi vida, la noche cuando pude sentir la libertad y la juventud. No es que sea un adulto completo, tampoco que sea un viejo, pero ahora que la visión de mi vida cambió (no porque yo lo hubiera querido así) y ahora me veo en la obligación de buscar una vida profesional seria y trabajar para poder ganar mi propio dinero. Es justamente ahora que puedo recordar esa noche y pensar que nada fue un error y disfruté todo lo que debía disfrutar.

Fue mucho antes que me embarcara en una relación de casi cinco años que luego resultara en un fracaso rotundo, fue mucho antes que mi nariz fuera rota, incluso antes de cumplir 20 años. En uno de mis primeros años en la universidad, donde comencé a experimentar con la libertad de vivir solo y la dulce y plácida tranquilidad de no tener que trabajar para comer sino que bastaba con una llamada telefónica a mis padres para poder asegurar la comida en mi plato. Era tanta mi libertad que asegurar comida en mi plato no era lo que me preocupaba sino asegurar la cerveza que iba a tomar en la noche lo que de verdad me preocupaba.

Muchos dicen que en la universidad uno conoce a los amigos de toda su vida. Yo no conocí amigos, más bien conocí a mis hermanos. Siendo hijo único nunca conocí el amor fraternal. No sé que es tener un hermano, no sé que es el amor que uno puede tener hacia un hermano. Pero mis amigas que conocí en la universidad son lo más cercano a ese amor. No sé como comparar el sentimiento que tengo por ellas, no sé si se parece al de un hermano, pero lo que si sé es que nunca había sentido un sentimiento de amistad, empatía y amor por alguien mas grande.

Raquel y Erika, ellas eran mis compinches de libertad. Tanto ellas como yo experimentábamos la vida de independiente, absolutos, jóvenes y la mejor cualidad de todas "mantenidos por los padres". Era obvio que nos íbamos a embarcar en una cruzada para conocernos a nosotros mismos, experimentar cosas que no habíamos hecho antes, descubrir hasta donde éramos capaces de llegar. Y no estoy hablando académicamente porque ese era un tema que muy poco nos preocupaba, sino mas bien hablo de relaciones, experiencias, bares y las noches oscuras y frías de la meseta del pacifico de Nicaragua. Éramos los tres y nada más, extrañábamos a nuestros padres, nuestras casas, nuestros otros amigos, pero al mismo tiempo estábamos completos los tres. Los tres nos ayudábamos a sobrellevar la melancolía de nuestras casas. Vivíamos nuestros mundo privado de conversaciones, secretos, chistes y rituales. No lo compartíamos con nadie más. ¿Para que? Todo lo que necesitábamos era el uno del otro… y de vez en cuando citas con muchachos que alegraban nuestras noches y nos daban un tema de conversación por lo menos una semana durante el almuerzo.

Eramos libres, no lidiábamos con enojos, celos, peleas, infidelidades ni reconciliaciones ficticias. Ellas no lidiaban con pañales, biberones, y un salario que no ajusta para lo que tanto habíamos soñado que tendríamos. Mucho menos ninguno de los tres lidiábamos con unos divorcios nefastos que nos obligaba a replantear las metas de nuestras vidas. No teníamos gobierno, ni planes, mas que conocer más personas y planear que haríamos los jueves por la noche.

Esa noche salimos, no recuerdo que lugar visitamos primero, pero recuerdo que había licor involucrado. Posiblemente fuimos a una ciudad vecina para conocer un nuevo bar, ya que por la pequeñez de la ciudad donde vivíamos solo existía un bar el cual nos aburría ir. Al regresar a nuestro pueblo decidimos comprar aun más licor en la única gasolinera de éste. Una nueva bebida que estaba saliendo en ese tiempo. Smirnoff Ice. Yo llevaba mi cámara de rollo. Siempre me gustó el romanticismo de revelar las fotos y hasta entonces ver como uno había salido. Nos fuimos al parque central, frente a la iglesia Católica de nuestro pueblo a tomar nuestras bebidas bajo un frio de las montañas, las estrellas de a mil en el cielo oscuro y el silencio tenebroso de un pueblo con casas de adobe a media noche. Era muy entrada la madrugada y de seguro mañana teníamos clases que muy posiblemente no planeábamos ir, creo que ni siquiera habíamos pensado en la posibilidad de levantarnos a tiempo.

Lo que recuerdo de esa noche, sin mirar las fotos, son risas, chistes, burlas y la dulce sensación de una libertad joven. No una independencia adulta como la que gozamos los tres ahora. Pues ahora, si es que decidimos salir (Ahora por separado, porque habiendo estudiado en una universidad internacional los tres éramos de ciudades e incluso países diferentes) es con nuestro dinero, a lugares donde nuestros amigos quieran ir ya no a simple cantinas y bares de pueblo tomando ron barato, y siempre pensando en que hay que dormir temprano para ir a trabajar al día siguiente para hacerle el dinero a tu jefe. Recuerdo el olor a libertad… y también al aire puro de las montañas. Nos subimos a los columpios, no sentados sino de pie sobre ellos. Con nuestras bebidas en mano nos mecíamos en ellos, tomábamos un trago, nos tirábamos de ellos, jugábamos con la arena que hay en los parques. Recuerdo haber lanzado improperios a las relaciones, haber jurado que jamás íbamos a estar en una que nos hiciera infelices. Yo pensaba que a los 25 ya iba a tener mi trabajo soñado, con mi vida soñada, y a menos de un mes de cumplir 25 apenas empiezo a hacer las bases para todos esos sueños. Era solo un niño, un adolescente ingenuo.

Fuimos verdaderamente felices los tres. No había nada que pudiera truncar ese sentimiento de ese momento. No necesitábamos de nada y de nadie más. Solo nuestra bebida y nuestra amistad. Al ver las fotos recuerdo ese día, recuerdo esa noche, esa tranquilidad de llegar a tu casa y dormir hasta que el hambre del día siguiente te levante, ir a comer con el dinero que tus padres han ganado, y sin preocuparte de cuantas horas de clases perdiste ese día.

Siempre fui irresponsable e impuntual en mis clases, pero era un alumno que sobresalía en los exámenes. No sé como hacía, pero después de faltar a clases más de tres semanas, y solamente estudiando un par de horas, llegaba, me sentaba y lograba hacer uno de los mejores exámenes de la clase. Todos pensaban que era inteligente, yo no lo creo… simplemente tengo suerte. El día de mi graduación, mientras entregaban los diplomas a los mejores alumnos de cada facultad, y mientras mi cabeza divagaba por el espacio exterior, una compañera de clases me dijo “Christhian, vos no estas ahí porque no quisiste, bien hubieras recibido por lo menos un diploma” yo solo respondí “Nada fue un error, disfruté mi juventud, disfruté cada segundo, y si volviera el tiempo atrás lo haría justamente como lo hice”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario