lunes, 14 de febrero de 2011

Reflejos Involuntarios sobre el Trauma

Pablov. Pavlov y su famoso experimento con su perro. Demostró no solamente que los perros salivan al ser alimentados, sino la trascendencia de los reflejos involuntarios de todos los seres vivientes. Hubiera resultado de la misma manera si al perro le hubiera pegado hasta el cansancio con su faja, y cada vez que le enseñara la faja al perro éste se retraería en una esquina muerto de miedo. Hubiera sido mucho más cruel, pero igual de efectivo.

Un día nuevo empezó como cualquier otro, y aunque tengo un calendario en mi cuarto no lo vi. Llegué al trabajo, abrí google para encontrarme con la peor estampa posible. Tomé mi celular y le eché un vistazo a la fecha. 14 de febrero y google había caído en el frenesí que se cierne sobre este día. El peor de todos. Con miedo abrí mi facebook para encontrarme con una avalancha de estados sobre el día de San Valentín. Una y otra vez leí las mismas frases prefabricadas de tarjetas de hallmark.

Según la versión oficial, San Valentín era un guerrero romano, y aunque es santo según la Iglesia Católica, la prueba de su existencia está en duda. De hecho no hay pruebas que un día existió algún santo que respondiera a ese nombre. Al ver la evidencia abrumadora (o mejor dicho la falta de evidencia) de la existencia del santo, la Santa Iglesia decidió retirarlo de su calendario. Ahora el pobre San Valentín se quedó sin día. Y me resulta un poco cómico que le den una festividad del amor a un santo que de verdad no estamos seguros de su existencia. Pero más que cómico, me resulta propicio. Un santo que no se sabe si existió para un sentimiento que no se sabe si existe. Y es que esta celebración tan burda tiene el poder mágico en mí de hacerme dudar de la existencia del amor. Todo el año paso siendo el romántico enamorado del amor, y cuando llega el 14 de febrero dejo de serlo y me pongo a cuestionar tan dogmático sentimiento, así como cuestionaron la existencia de San Valentín, y ahora yo lo saco de mi calendario personal. El amor se quedó sin día para mí.

Recuerdo hace más de cinco años atrás, cuando aun era soltero, que en la universidad donde estudiaba hacían una gran celebración para este día. Los clubes se reunían y vendían globos, rosas, tarjetas, hasta serenatas. Uno las pedía con anticipación y la persona que lo iba a recibir no sabía nada hasta que a la hora del almuerzo tenía a un montón de gente cantándote canciones tontas, religiosas (mi universidad es muy Católica), o cursis. Me hubieran arruinado el almuerzo si un día hubiera recibido una. O tal vez el no recibir ni una sola en todos los años que estuve ahí era lo que más me arruinaba el almuerzo. Esa horrible expectativa cuando ves a los cantantes, a los globos, flores o tarjetas aproximarse y rogar “que no sea a mí” y al final descubrir que de verdad no era a mí, y quedarse con la sensación de alivio… y pesar que de verdad no era a mí. Ir a clases y sentarse a lado de esos muchachos populares que llevaban a todas sus clases sus cinco globos, diez tarjetas, regalos, sus rosas, sus cajas, y claro con su plácida sonrisa. La sonrisa que yo no tenía. Y valla que yo no era amargado, pero el día en que todo está de rojo y de corazones es el día que para algunos nos saca esa amargura.

Cuando estaba en la universidad solía saber con muchos días de anticipación cuando sería el 14 de febrero ya que los clubes ponían anuncios en toda la universidad publicitando lo que ofrecían, también estaba la cena de gala y la venta de las tickets para la cena, que siempre valían el doble para los que iban solo. Si comprabas las entradas en pareja se ahorraba uno su buen dinero. Triste. Soltero, sin tarjeta, ni regalos, ni flores, ni serenatas, ni cita, ni novio, y para el colmo pagar más solo porque no tienes a nadie. Es como un impuesto a la soltería. Como una bofetada en la cara. Claro, yo sabiendo esto nunca fui a una. Tampoco creo que hubiera resistido ir a esa cena con manteles de satín rojo, las personas de gala, y con sus parejas, regalos, y sonrisas. Ese día comía fuera de la universidad, me retiraba a mi cuarto en cuando empezaban a poner las mesas y sillas en el campo, justo antes de que sacaran el satín rojo. Ese día salía de mi cuarto como cualquier otro día, me ponía una gorra. Nunca ocupaba gorra, nunca he sido de esos cuyo atuendo tiene que ser complementado obligatoriamente con una gorra. Pero ese día si me la ponía, tal vez el miedo a que a la hora del almuerzo me pusiera a llorar y que todos me vieran era lo que me hacía ponérmela. Por lo menos podía tapar mis ojos con ella. Caminaba en los pasillos con mi gorra, y cada vez que veía a alguien abrazar a otra persona tras recibir un regalo agachaba la cabeza para que el capote de la gorra tapara la escena. ¡Mejor aun! Cuando veía a las personas que repartían los globos o tarjetas, bajaba la cabeza para no decepcionarme que tomaran otro camino lejos de mí.

Luego mis amigas comenzaron con la idea de que deberíamos comprarnos tarjetas para nosotros. Y así lo hicimos. Solo éramos tres, así que solo recibiríamos dos tarjetas cada uno. Y cargar con dos tarjetas, o globos, o algodones de azúcar por pasillos donde la gente literalmente cargaba cientos y uno solo dos, no era precisamente lo que queríamos. Así que rápidamente dejamos la tradición. Y es que no que sea anti-social, no es que sea una especie de Daria, o amargado, simplemente ese día se vuelve tanto para poder manejar que esos sentimientos florecen rápidamente.

Luego vino la etapa donde yo tenía pareja. Estudiaba en la misma universidad y vivíamos juntos. ¿Todo debería mejorar no? Pues no, no mejoro ni un poco. No hubo un 14 de febrero donde no hubiera una gran pelea, donde no hayamos estado separados, o donde todo no fuera arruinado por su actitud de no querer cooperar. Al final no lo culpo, es duro celebrar el día del amor con una pareja que de verdad no quieres estar. De hecho hoy hace cuatro años tuve un accidente donde dolorosamente me quebré la nariz (Y por accidente quiero decir pelea donde me quebraron la nariz). Días después tuve que pasar por una cirugía para reconstruir mi tabique o quedaría como Barbara Straisand. Recuerdo ver mi cara roja, mi nariz botando sangre por los dos orificios como grifos abiertos. Mi boca llena de sangre, sin poder distinguir mis dientes por coágulos de sangre que caían de mi nariz y entraban a mi boca ya que era por donde podía respirar. Por lo menos mi cara se quiso poner festiva, toda de rojo. Recuerdo la enfermera de la clínica de la universidad asustada tratando de levantarme la cabeza mientras yo lloraba de incredulidad. Recuerdo el camino en la ambulancia de San Marcos a un Hospital en Managua. Ver como descendíamos de las montañas en una noche completamente azul, habían muchas estrellas y seguramente era fría. Iba sentado en el asiento del pasajero ya que la hemorragia había cesado y tenía mi nariz rellenada de gasas. Iba llorando. No podía creer que eso me pasara a mí. Recuerdo la cara de mi mamá en la sala de emergencias cuando bajé de la ambulancia, ya sin toda la sangre en mi cara. Recuerdo la radiografía y ver claramente mi tabique en dos pedazos, el doctor decir que tenían que operar ya que era asmático y ya no era cuestión de estética, recuerdo la noche en mi cama en Managua. Recuerdo como algo dentro de mí cambió.

Luego vinieron otros años de siempre lo mismo. De pleitos, de planes botados, de simple indiferencia. Y reconozco que tampoco yo tenía tantas ganas de celebrarlo, pero quería entregarme a ese frenesí de consumismo que parecía hacía feliz a todo el mundo. Quería sentir como era tener esa sonrisa tan genuina al abrir un regalo, y ese abrazo espontáneo que no parecía ensayado, o programados como los que me salían a mí. Una vez me regaló un algodón de azúcar que vendían los clubes en la universidad. Venían con una tarjetita pegada donde podías escribir tu mensaje. El mío decía: “Hola”. Y mientras escribo esto me muero de la risa literalmente. “¿Qué más te podía decir?” fue su repuesta cuando después de tanto pensarlo le dije lo que pensaba. No recuerdo que hice exactamente con ese algodón de Azúcar, pero seguro no fue un final feliz.

De hecho, luego de recordar que hoy era ese día gracias a Google, traté de ponerme en espíritu festivo. Mandé un par de mensajes de texto de Feliz Día de San Valentín, cerré google porque su pictografía me estaba empezando a dar nauseas. Tan roja. Comencé el trabajo, incluso puse un estado en Facebook un poco gracioso sobre el día de San Valentín. Comenzaron los mensajes de texto en mi teléfono con corazones. No los leía, los borraba inmediatamente. Después de todo si quieren decirme algo que les nazca escribir algo y no darle forward nada más. Me levanté a tomar un café y en el televisor de la sala estaba la revista matutina del canal local, claro, lleno de corazones y mantas rojas por todo el plató. Aparté la mirada. “Un café de seguro me pone más de ánimos” -Pensé. Regresé a mi asiento, viendo las pantallas, pensé por varios minutos. Recordé lo rojo y lleno de corazones del día, los restaurantes llenos, los vende rosas en cada esquina, las tarjetas perfumadas con ese aroma que me provoca estornudar solo con pensarlo, y lo difícil que es conseguir mesa para uno hoy. No me iba a engañar, esto no era para mí. Cambié mi estado en Facebook por uno un poco mas agrio. Deseé no haber mandando ni un mensaje de felicitación. Ahora borraba todos los mensajes de texto que empezaran con “Feliz día de…..” aunque no hayan sido en cadena. Me daba dolor de estomago recordar lo poco que vi en el televisor, todos vestidos de rojo, con corazones y telas rojas. ¿De que estarían hablando? ¿De la reconstrucción de Egipto, la situación en Chechenia, del aniversario de la Masacre de San Valentín, Del avión que se estrelló entre San Pedro Sula y Tegucigalpa? Pues lo dudo, creo que hablaban de ofertas en los osos de peluche, de las tarjetas, o restaurantes donde llevar a la persona especial hoy.

Algunas veces nuestras historias personales nos hacen retraernos. Nos hacen tener esos reflejos involuntarios como el perro de Pavlov. Algunas veces hemos sido golpeados tantas veces, que cuando vemos la faja (o el día de San Valentín) simplemente nos retraemos aterrados en una esquina. Y cuando google se le ocurre gastarnos una broma cruel con tan horrenda pictografía justamente a las 7 de la mañana generamos una versión adversa a tan horrendo día. Puse mi iPod, con mi playlist especial de canciones anti-románticas, de soledad, de abandono. Y es que después de todo no es culpa del perro de Pavolv que salivara tanto cuando éste tocaba la campana, era simplemente involuntario. Mi desprecio a los mensajes de texto en cadenas, o correos electrónicos alusivos al día, y que todo esté rojo y lleno de corazones tampoco es mi culpa. Es simplemente como funciono.

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