viernes, 11 de febrero de 2011

Sobre cosas que se dicen cuando ya no quieres oirlas


Fue hace mucho tiempo, la verdad me he obligado a mi mismo pensar que fue hace mucho tiempo, pero si me pongo en la tarea de recordarlo aun puedo sentir una sensación lejana de dolor. Un gran dolor. Un dolor físico como lo he descrito más de una vez. Ahora que he empezado a hacer mi propia historia, mis propias anécdotas, que he retomado el control de lo que pensaba incontrolable, puedo ver esos días, o tal vez semanas, desde un palco alto y ver a ese ser sufriente, supurante y sangrante y me es difícil reconocerme en esa arena… derrotado, en mi propio charco de pus y sangre. Entiendo el porque llegué hasta ese punto, ¡es mas! Recuerdo el anhelo que perseguía en ese momento, lo que no recuerdo es que si tenía en mi sistema algún rastro de dignidad u orgullo, o si todo había sido barrido de una sola vez cuando decidí luchar y recibir una pedrada.

Una vez acabada la batalla, una vez destruido física, emocional, y mentalmente lo único para que vivía era para hacerme más miserable yo mismo. Recuerdo haber dicho en una ocasión que me sentía como un santo, con forma humana y sin nada por dentro. Las semanas siguientes al gran día no solamente me sentía vacío, sino sin forma humana. Los sentimientos de orgullo, autoestima, amor personal eran simplemente un lejano recuerdo de más de cinco años atrás. Ya no quedaba en mí ni siquiera el sabor de boca, la noción, ni el conocimiento que esas cosas existían, ni mucho menos que un día de verdad existieron en mí.

Los meses siguientes a la gran resignación lo único que pedía, soñaba, y repasaba una y otra vez en mi cabeza como un guión diseñado por mí era el día que el causante de tanta devastación moral regresara a pedir perdón. Que aceptara su error, que aceptara que no fue la menara de manejar las cosas. No pedía volver al mismo lugar, sabía que aun el charco de sangre y pus estaban en el mismo lugar, y si regresaba sería al mismo charco con mi cabeza sumergida en la putrefacción. Por lo menos ya había visto la gran foto y había visto el lugar en el que estaba. Yo pensaba que estaba en la cima de la carrera a la felicidad. Como dice la canción “you cant smell you own shit on your knees”. Parecía que el perdón sería lo único que me libraría de mi propios pensamientos, de mis fantasmas mentales, de mi encierro cerebral, de mi tarea diaria de repasar una y otra vez diálogos que sabía que nunca se realizarían.

Lo que nunca pensé era que seguiría después del perdón. “Un día lo he de ver rogándome” decía a quienes se atrevían a escuchar mi trágica historia. No estaba del nada seguro que eso un día pasaría. Y aun no estoy del nada seguro que eso pase. Pero yo ya sabía lo que yo respondería “No, has tomado tu decisión y no hay vuelta atrás” (o algo similar, o mejor dicho algo un poco más largo, cargado de malas palabras, y frases que dejaran de ver que yo estaba en la posición de poder ahora) ¿No tenía yo ese derecho ganado? Claro que lo tenía. Era lo mínimo que el universo me regresaría al querer balancear nuestras cuentas.

Los meses siguientes vinieron con una renovación, una re-invención del quien era yo. La construcción desde cimientos de mi personalidad, orgullo, y auto-estima. Una verdadera obra de ingeniería personal que los autores del libro que me ayudó estuvieran orgullosos de su obra. La noción de la espera de perdón final ya no iba a ser el catalizador de mi liberación sino era el olvido. Y simplemente olvidé las líneas de mis diálogos, simplemente dejé de repasarlos en mi cabeza, deje de esperarlo, dejé de pensar si vendrían o no. Pero como siempre me han dicho “cuando uno menos lo busca, lo encontrás”. Un día de tantos mí teléfono sonó y ahí estaba.

No vino con las frases repasadas en mi cabeza tampoco con ruegos. Sabía que su vida preparada después de mí no había salido como la había planeado. Nunca me preocupé en recaudar información sobre lo que hacía o dejaba de hacer. De hecho todos mis contactos tenían prohibido si quiera mencionar un rastro de él. Pero de alguna manera sabía que no le estaba hiendo bien. Escuchar de nuevo su voz me aturdió. Ni en mis sueños más locos pensé que no iba a saber que hacer cuando la solicitud de perdón llegara. Recordé mi desesperación, recordé mis ruegos, mis intentos fallidos, mi más intima locura, un estado de demencia profunda, recordé el cuarto caluroso y polvoso, recordé las mañanas interminables en el trabaja pensando que me hacía falta para intentar, para decir, para hacer para que lo que había luchado tanto funcionara una vez más. Cartas, canciones, propuestas, ideas, planes, opciones, todo lo que se me pudo haber ocurrido lo intenté sin éxito, y no solamente me topaba con un muro de concreto irrompible, sino con una cara cuadrada, dura, impenetrable, una tez llena de odio, de desprecio, de asco. Yo era un leproso, con llagas sangrantes, apestosas, alguien que no tenía el derecho de ser visto, ni mucho menos tocado por cualquiera.

Las frases “cargadas de malas palabras, y que dejaran ver que estaba en la posición de poder ahora” se hicieron de mantequilla. No salieron, no querrían salir, de hecho ahora hubiera deseado que ese momento nunca hubiera llegado. Hubiera sido mejor si no hubiera contestado esa llamada, todo hubiera tenido más sentido si él no hubiera pronunciado esa frase, si no hubiera puesto ese tono de voz, si simplemente ese pequeño episodio de mi vida hubiera quedado solamente como frases repasadas en mi cabeza en un estado de locura profunda, de sueños irreconciliables, de fantasías nocturnas de verme encerrado en un asilo mental. Creo que todo hubiera sido mejor, porque a esta etapa de mi vida, de noches suaves, de egocentrismo, de conquista de mis propios demonios, ya no necesitaba esa llamada.

De mi boca solo salió “gracias”. No sé de que porque no me estaba haciendo un favor sino al contrario. No me estaba liberando de nada porque esas cadenas ya las había forzado yo mismo, simplemente me las estaba recordando. Solo gracias. Aunque hubiera preferido no gastara sus minutos de saldo de celular que sabían que no eran para mi ni ahora ni antes. Era muy tarde para pedir perdón. Aunque hemos sido educados que hay que perdonar 70 veces 7, ¿Es válida una disculpa cuando no llega a tiempo? Pues en mi propia historia no es válida, entonces la absolución tampoco es válida. Ambos no tienen sentido de ser, de existir, de respirar, de ser lanzados al aire, de ser pronunciadas tales palabras que blasfeman contra el tiempo, el derecho, la lógica de ser. Tal vez quería decir “es muy tarde para disculpas”, pero no quería alargar lo que desde un principio nunca debió de haber ocurrido, cometería el mismo error de cargar el aire con palabras inexistentes, sin sentido, sin razón de ser o estar, simplemente contra lógica de propósito.

Nunca pensé que simplemente diera la espalda a sus palabras de disculpa. Tampoco que haya sido una epopeya para el perdón del amado, ni mucho menos una novela épica para ganar el perdón del ofendido, tal vez con costo contuvo unas cuatro palabras. No es que no haya querido dar el perdón, no es que quiera seguir cargando esa cruz, es que simplemente no hay nada que perdonar, no hay nada que discutir. Ya toda palabra en este mundo fue dicha entre nosotros dos. No queda siquiera una sola sílaba en ningún idioma que tuviera sentido de ser pronunciada entre los dos. Ni una palabra que no atentara contra mi inteligencia, mi palco construido con mis propias manos desde donde ahora me puedo ver quien era antes, sería un insulto a mi mismo. Con el dolor que esto pueda ocasionar, simplemente no hay nada que pueda ser dicho más, ni siquiera perdón.

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