sábado, 27 de octubre de 2012

Amor en la estación Tiburtina.


Es sábado en la noche en la estación de tren, metro y bus de Tiburtina. Había pasado lloviendo todo el día de ayer y hoy amanecía con una niebla complaciente y la noche nos trajo bajas temperaturas. Hay una mujer gitana de pie con su acordeón y su larga falda colorida viéndose fuera de lugar entre las personas con sus bufandas, sacos, gabardinas y guantes. La gitana tenía solo de abrigo extra un pañuelo que cubría la cabeza. Seguramente ella tomaría el mismo bus que yo. Resultaba que donde yo me quedaba era una zona de gitanos. En las bancas hechas para dos personas estaba un chico sentado con ojos celestes profundos, alto, rubio, con barba cerrada muy cuidada y una nariz que de seguro se la dio su descendencia italiana pura. Seguramente pertenecía a una banda por la guitarra con su cobertor que cargaba en su espalda. Yo desde mi posición de pie noté su mirada más de una vez que apartaba rápidamente cuando levantaba la vista de mi libro. Habrá querido adivinar mi etnia, saber que estaba leyendo, o le habré gustado. No era la primera vez que me pasaba, resultaba que había robado miradas antes. El lugar a la par de él era el único lugar vacío. Pero no solamente estaba vacío, estaba seductoramente, tentadoramente, burlonamente, provocadoramente vacío. Estaba tan vacío que estaba más lleno que cualquier otra silla del lugar. No dudo que la chica de mini falda y medias negras que seguramente va a una fiesta no quiera sentarse a la par de él ya que lo ha estado viendo de vez en cuando. Levanto la ceja y él vuelve a apartar la mirada de mí rápidamente. La muchacha lista para la fiesta me ve. Tal vez con ojos de celos, tal vez con ojos de confusión de porque no me siento en el lugar vacío ya que ella no es la que está siendo invitada a hacerlo. Y de repente, cuando la silla vacía amenazaba con causar una escena, la mujer gitana pone su acordeón porque ya comenzaba a incomodar su hombro. De repente parece que la muchacha de medias negras y yo nos sentimos inmediatamente celosos. Enojados. Hubo una energía que recorrió el lugar. El muchacho de brillante ojos celestes lanza un suspiro, abre su mochila a sus pies, me ve por última vez y saca un libro que ocupó su mirada por el resto de los diez minutos que esperé para que mi bus llegara. La gitana recogió su acordeón y fuimos los únicos que nos subimos en el bus. Eso es lo que se le llama romance en Roma ahora.

*Recuento inspirado en un capitulo del libro de Candance Bushnell titulado “Love at the Bowery Bar, Part I”

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