sábado, 11 de diciembre de 2010

Etiquetas


En el Macondo de Cien Años de Soledad, las personas le ponían el nombre a las cosas para que luego no se le olvidara el nombre de éstas. Nuestra sociedad no está muy distante a eso, ocupamos las etiquetas sociales para describirnos, definirnos y presentarnos como personas. Darle un nombre a las cosas parece ser algo instintivo del ser humano, y al encontrarse con algo que no encaja bien en los nombres que ya conocemos parece alterarnos y estresarnos hasta encontrar un nombre correcto. El problema viene cuando no hay nombre, no hay clasificación que pueda contener algo, entonces solemos modificar ese algo para que encaje en lo que más se le parezca. Y así presisamente son las relaciones humanas.

Salir, conocer, descrubir a una persona nueva es algo formidable. Yo como ser social es algo que disfruto. Cuando este tipo de relación se lleva al plano amoroso llega el problema. ¿Que nombre le pondremos? ¿Que reglas aplican? ¿Cuales son mis derechos y deberes? Y nos solemos llenar más y más de preguntas. Y es que cuando tocan al corazón parace que todos nuestros alteregos se alteran al mismo tiempo. Responder esas preguntas se vuelven para muchos, la misión y visión de la relación. En vez de disfrutar el viaje gratificante y rico en sensaciones que lleva conocer a alguien más, esas personas se estresan y llenan de preguntas una relación que apenas empieza.

Y es que es lógico el preguntarse cosas, porque con las etiquetas vienen los nombres, y con los titulos uno adopta las normas que vienen con éstos. Ya con los derechos declarados sobre la otra persona uno puede dormir tranquilo en la noche sabiendo que todo va a estar bien. ¿O no?. Claro que no. Puedo muchos credulamente piensan que así es. Y es que aunque el amor es algo complicado, las relaciones humanas son aun mil veces más complicadas y se puden dar millones de nomenclaturas diferentes, nosotros solo pensamos en dos etiquetas para nombrarlas: Amigos o Novios. Cuando la relación no esta en cualquiera de estos dos puntos nos solemos desesperar, tratando de llenar vacios, modificar la relación, queriendole dar unnombre a como sea. Es como un limbo emocional, necesitamos las reglas, las normas, el nombre para poder conciliar el sueño en la noche. Como si la fidelidad de alguien está intimamente ligada a la etiqueta que tengan... y eso es la premisa más errada que alguien pueda creer.

Conocer a alguien es algo mágico, descrubir que le gusta, que no le gusta, hablar de gustos, de las historias pasadas, de sus experiencias de adolescencia, de niños, oir hablar de otra familia, otra manera de ver las cosas. Y esas disuciones son con esa chispa en los ojos de las dos personas ¿Para que ponerle nombre? Claro, no son amigos y no son novios. No hay que tener las reglas de amigos porque simplemente no lo son, y las reglas de novio aun les quedaría grande. No hay reglas predeterminadas para ninguna relación, las reglas se forman mientras la relación va creciendo. Pero nuestra cultura de Macondo nos obliga ponerle nombre a todo para que luego no se nos olvide que eramos. ¿Y es que acaso no se puede disfrutar el momento? ¿A quien rendirle cuentas de que tipo de relacion uno esta llevando? Solo comer un helado con esa persona que me importa ahora mientras se habla de mil tonterias, mientras el mundo pasa alrededor tuyo y la única voz que se escucha es la de la otra persona, esas risas entre conversaciones, historias intersantes, puntos de vistas opuestos, puntos de vistas iguales, todo vale la pena. ¿Que es más importante, las sensaciones o las etiquetas? Después de todo yo pensaba que las etiquetas eran para las latas y no para los humanos.

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