lunes, 7 de marzo de 2011

Minas Antipersonales

No hay ciudad tan grande que pueda albergar a dos ex. Más cuando la relación terminó con una guerra campal que durara semanas, o meses, donde ambos salieron heridos… unos emocionalmente y otros físicamente. Y la ciudad se vuelve aun más diminuta cuando tu ex esparce felicidad por sus esquinas con una nueva relación causante de que ahora tu lo tengas que llamas “ex”. Y es que puedes vivir en Tokio o Ciudad de México y aun vivir en una cáscara de huevo. Managua es la ciudad con mas habitantes, y la más grande de Centroamérica pero siento que vivo en un pequeño pueblo de solamente cuatro calles, cuando uno va plácidamente por la calle y se puede encontrar los arco iris y las escarchas que echa ahora tu ex a cada paso, y uno tiene que ir fijando donde pone el pie porque la ciudad está plagada de minas antipersonales que pueden comprometer una extremidad.

Cuando uno empieza una guerra, y en especial una guerra entre parejas, no importa que ataque uno lance, el único objetivo que uno tiene en su cabeza es causar el mayor daño posible, destruir a sus cimientos a la otra persona, y mientras se hace esto a veces se suele ocupar armas que luego que toda la euforia de la guerra haya pasado uno se arrepiente de haber lo hecho. No estoy diciendo que precisamente es mi caso, por alguna razón no soy una persona bélica y acumular armas que en el futuro pueda ocupar no estaba dentro de mis diarias obligaciones y me gustaría decir lo mismo de la otra persona pero no. Parece que anotaba con tinta indeleble cada flaqueza que tenía para ocuparla en la “ofensiva final” y no tuvo recato de hacerlo.

Las minas antipersonales yacen plácidamente en los lugares recónditos, apacibles, esperando que uno los pise, o extienda la mano para buscar el calcetín debajo de la cama y las toque y exploten con todo su potencial. Están regadas por toda tu ciudad, por toda tu casa, en los canales de televisión, el viejos cuádrenos, en tu computadora, en facebook, están en todas partes y lo único que hacen es esperar con paciencia tu desventura. Y es que no importa en que nueva etapa está uno en su vida, siempre quedan horrendas cicatrices de batalla, siempre quedan viejas minas sin explotar en todo lugar donde antes eras vos que regabas los arco iris y las escarchas por donde pisabas. Ahora todo tiene una luz diferente, ahora tus lugares favoritos han cambiado y se han convertido en bosques oscuros y descuidados, llenos de explosivos.

Y si es que uno tiene la suerte que yo tuve, que luego de la guerra, mi ex saliera exiliado de nuestra casa y hasta de nuestra ciudad, y ahora le toca a otra ciudad iluminarse con la luz del nuevo amor, y sea mi cuidad que se quedó oscura, peligrosa, con millones de minas esperando, deseando, rezando porque yo pase y las toque. Y es que no importa si uno esta feliz, o triste, si está cómodo e incómodo, las minas siempre explotan. Mi prima siguió viviendo en la misma casa que vio la ofensiva final, aquellas semanas trágicas en mi historia, aquellos días llenos de desesperación. Mi sobrino cumplía años, era su fiesta, todos sus amigos iban a llegar, había piñatas, comida, queques. Entré a la cocina para ayudarla a repartir los refrescos, me pidió que le pasara un vaso, abrí la alacena y ahí estaba. Viéndome fríamente. Feliz que la haya encontrado. Explotando en mi mano. Unos vasos que él había comprado para nosotros, en aquellos tiempos cuando vivíamos en un pequeño apartamento sin cocina, en aquellos tiempo llenos de optimismo y de planes de mudarnos a una casa toda para nosotras, con cocinas y alacenas. Él siempre se emocionaba más que yo, y comenzó a comprar vasos, alfombras, utensilios para nuestro nuevo baño… ¿Cómo podía imaginarme lo que estaba a punto de venirse encima de nosotros con esa actitud? Nos mudamos, y en menos de un mes todo se desplomó. Ya no había sueños, más de lo que tiró por la ventana, más de los sueños que traicionó, no había más sueños de lo que ya había roto.

El dinero nunca alcanzaba, pero recuerdo los vasos con aquella cara de ilusión, recuerdo esos vasos luego de llegar del trabajo y enseñarme lo que había comprado para cuando fuéramos a nuestro nuevo lugar. Recuerdo haberme imaginado usarlos, recuerdo haber pensado que eran bonitos, que tendríamos algo que sacar cuando llegaran las visitas, cuando hiciéramos nuestras reuniones. Explotaron en mi mano. Arrancaron mi mano de raíz. Sangraba. Los pobres vasos verdes. Se veían tristes en esa alacena. Hasta ellos mismos creo que se debieron haber imaginado un futuro más brillante, llenos de arco iris y escarcha.

Los segundos se aletargaron, mientras mi mano yacía en el piso despedazada veía a mi alrededor y todo se lleno de recuerdos. Cada habitación, cada ladrillo, podía ver mi fantasma en esa habitación, el fantasma del Christhian que murió en batalla, dignamente, sin armas de destrucción masivas, solamente mis manos desnudas. La alfombra de la cocina, era la nuestra. Él la había comprado para la entrada ¿Qué hacía en la cocina? Las escaleras que llevaban al segundo piso donde nuestra habitación quedaba, donde meses atrás había subido en un arrebato de nostalgia, luego que todo lo que se debió haber dicho se dijo, luego donde él haya ocupado todas sus armas, luego donde saliéramos los dos refugiados de lo que llamaríamos luego de la peor relación que hemos tenido, vi el cuarto lleno de polvo, era todo diferente ahora, y en un rincón del cuarto, sin nuestra cama, sin nuestras cosas, sin nada más que telarañas y polvo, y ahí estaba… la mayor mina de todas, el oso blanco de peluche que le había dado, Cocoliso, ahora café del polvo, luego de que ratos habrán intentado comérselo, luego que las cucarachas hayan hecho su nido ahí, ahí estaba Cocoliso muerto. No sabía que no se lo había llevado. Lo dejé. Lo dejé que siguiera su lento camino de agonía, que se corrompiera con el ambiente, que se llenara de polvo, que tuviera nuestro mismo fin.

No importa cuanta felicidad acumulamos a lo largo de los años, no importa a cuantos arco iris le dimos vida, no importa cuanta luz emanábamos, todo se redujo a unas semanas de odio y frustración. Y toda nuestra historia se fue en un drenaje cósmico, y el único recuerdo que tendremos será nuestra guerra. Nuestros vasos, nuestra alfombra, camisas que le había regalado que ahora eran trapos de cocina, o mechas del trapeador. Todo cobraba vida. Recordar donde nos dijimos frases de odio, frases que jamás pensé escuchar o decir, la puerta por donde salió, la puerta por donde salí yo. Todo lo que habíamos acumulado para cuando viviéramos en una casa así él lo había dejado. No había declaración más fuerte, se despojaba de nuestros sueños, los hundía y solo quedaba con el odio, solo quedó con el recuerdo de las semanas donde viví un infierno.

Y es que no es que repiense las cosas, ni quisiera volver a tener los mimos sueños de antes con la misma persona. No importa en que etapa uno esta en su vida, cuando te explota una mina la mano se cae y sangra. Los errores siempre te cazan como si fueras una presa indefensa. Los recuerdos de esos errores, de las posibilidades de haber hecho las cosas diferentes rondan tu mente, y mientras más pase el tiempo menos te importan, pero eso no significa que no estén ahí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario